“Donde
dije digo, digo digo”
Los números, mal que nos pese, continúan gobernando cada
vez con mayor impudicia, a este mundo conflictivo y magullero que nos
toca transitar. Generalmente, las cifras vienen asociadas a noticias negativas:
250.000 muertos por un tsunami en el sudeste asiático, 192 muertos
en la discoteca República Cromañón, 1,5 por ciento
de inflación en enero en la Argentina, 427.000 millones de dólares
del déficit público en Estados Unidos...
Pero de vez en cuando (sólo de vez en cuando) los números
también ofrecen motivos de satisfacción y orgullo. Aunque
no sean más que un ícono, un amuleto cabalístico,
el redondeo de una expresión a la que le da lo mismo si par o impar,
si dos o tres cifras.
R&TA cumple 100 ediciones.
Los números que se insinúan perfectos por su exactitud aparente,
mueven a balances, reflexiones, evocaciones y augurios a futuro. Esta
publicación mensual no puede, ni quiere, escapar a esa tentación.
Pero intentará no caer en lugares comunes ni en repasos efímeros
de cosas hechas y por hacer.
Para R&TA el número centenario es, en cuanto a su raíz
filosófica, igual que el 34, el 73 o el 147, que ya llegará.
El principal motivo de regocijo de estos 100 números no es la cifra
en sí, sino la permanencia. Y más aún, la permanencia
con el respeto y la coherencia invicta sobre varias ideas rectoras que
se repiten desde la primera aparición: la pluralidad, la libertad
de expresión, la lucha por la democratización de los medios
y sobre todo, la autocrítica.
De nada valdría sostener una publicación en el tiempo si
para ello, para subsistir, fuera necesario tirar la honra a los cerdos,
acomodar el discurso a los espurios y efímeros intereses de turno,
congraciarse con los poderosos y vestir pieles de gatopardo o, peor aún,
de camaleón. Como parte de la sociedad argentina, que desde su
mayor profundidad proclama su hartazgo y su repudio para quienes borran
con el codo de hoy lo que reivindicaron como irrenunciable ayer, R&TA
apostó a otra cosa.
Es cierto: saltó sin red. Tal vez aún esté recorriendo
ese camino que amenaza siempre con una feroz decepción. Pero estas
páginas están comprometidas a evitar, al precio que fuere,
esa máxima escapada del refranero español: “Donde
dije digo, digo Diego”. Bastará repasar estos 100 números
para comprobar que esta publicación resiste cualquier archivo.
Y en la Argentina de hoy, no es poca cosa.
Más que ufanarnos por lo que hicimos y cómo lo hicimos,
este editorial tiene por objetivo reafirmar el compromiso de cada mes.
Insistir con el reclamo de una multiplicidad de medios de comunicación
distribuidos representativa, equitativa y pluralmente entre todos los
actores de la república.
Reiterar el pedido de una nueva ley de Radiodifusión que sepulte,
de una vez y para siempre, la rémora de la 22.285, heredada de
la última dictadura e increíblemente aún en vigencia;
aunque cada vez se respete menos.
Proclamar nuevamente que los medios de comunicación son el más
formidable vehículo de educación y cultura del que puede
disponer un país, porque está al alcance de la enorme mayoría
de la gente, sea cual fuere su condición social, poder adquisitivo
o grado de instrucción.
Repetir hasta el cansancio que la comunicación es uno de los principales
derechos humanos. Que el acceso a la información es irrenunciable
y que la sociedad en su conjunto tiene derecho a saber sobre lo que le
interesa, más allá de lo que le quieran contar.
Ratificar que todas las expresiones sociales, políticas, religiosas,
ecologistas, que provienen de organizaciones no gubernamentales, culturales,
artísticas, educativas, deportivas, entretenimiento, variedades
o de organismos del Estado, deben tener su espacio.
Reconocer que los medios de comunicación son, básicamente,
actividades empresarias. Pero que no pueden regirse exclusivamente por
la lógica empresaria de los dividendos económicos, porque
lo que subyace en su intrínseca razón de ser es mucho más
importante que una cuenta matemática.
Pontificar sobre la necesidad de la regularización y legalización
de todos los medios que funcionan al amparo de una clandestinidad tolerada
desde los estamentos de poder.
Los medios que tienen historia y méritos acumulados a lo largo
de muchos años tienen derechos adquiridos y, ciertamente, no son
iguales a aquellos que impulsados por advenedizos, bastardean y menosprecian
las calidades y las necesidades de la gente.
Y también peticionar, pública y visceralmente, a las autoridades,
para que establezcan de una buena vez políticas de Estado (esas
que exceden a los Gobiernos de turno, porque representan a la sociedad
en su conjunto y a un núcleo de coincidencias básicas que
hacen posible que la Argentina, mal que mal, siga siendo un país).
Nada nuevo hay en este editorial. Nada que el lector habitual de R&TA
no sepa. Nada que vaya a sorprenderlo. Nada, por otra parte, que no vaya
a encontrar en los próximos 100 números, y en todos los
100 que sobrevengan.
No es tiempos de festejos, aunque sí de satisfacción por
habernos respetado a nosotros mismos y, de esa manera, haber respetado
a nuestros lectores.
Finalmente, la dirección de R&TA quiere decirle “gracias”.
Al público que nos lee número a número, a los anunciantes
que nos apoyan, a los protagonistas de esta actividad que nos permiten
informarnos para informar. Y a este sólido grupo de periodistas,
fotógrafos, diagramadores, correctores, compaginadores, distribuidores,
publicistas y colaboradores que hacen de esta publicación una aventura
fascinante.
Ruben
S. Rodríguez
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