“Prohibido
prohibir...” y espiar
“La
amo en consideración a los males que impide, antes que por los
bienes que produce”.
“Mi cabeza está a favor de las instituciones democráticas,
pero mi corazón es aristocrático”. (Tocqueville, La
democracia en América).
Cien años más tarde, George Orwell escribió “1984”,
donde imaginaba una sociedad absolutamente controlada, en la que la privacidad
de sus habitantes estaba supeditada al interés opresivo del Estado,
bajo cualquier argumento, por banal que fuera.
Orwell
redactó y publicó su novela en 1949, Tocqueville en 1840,
en otro mundo y otra realidad histórica.
La sanción, hace un año y medio, de una ley que establecía
un espionaje obsceno de las comunicaciones por mail y chat y su almacenamiento
durante diez años no fue otra cosa que un intento en aquel sentido.
Más de medio siglo después, bajo influencia del Departamento
de Estado de los Estados Unidos en la Argentina, se pretendió implantar
un régimen de esa naturaleza. Simplemente patético.
Pero si lamentable es la intención de controlar todo, en un país
en el que las libertades individuales fueron suspendidas al influjo de
cualquier excusa y por largos períodos, mucho más grave
es entender cómo, por qué y qué tan cerca estuvo
de implementarse ese régimen.
En el mayor de los sigilos, (como ocurrió con la modificación
del Código Penal que achicó los lapsos de prescripción
de causas y dejó limpios a cientos de presuntos delincuentes, -entre
ellos varios ex funcionarios de más de un Gobierno-), la “ley
espía” fue reglamentada por el Ejecutivo hace más
de cinco meses y estaba destinada a entrar en vigencia para mediados de
este año.
Por supuesto, sin que la mayoría de los argentinos que usamos Internet
para trabajar y comunicarnos lo supiéramos. Es decir, que nos iban
a espiar sin más y sin advertirnos que lo estaban haciendo.
Paradójicamente, ello no ocurrió gracias a la red virtual.
Una larga cadena de e-mails, repartidos por cada receptor a cada uno de
sus contactos, y así hasta multiplicarse en el país y en
el exterior, generó una movilización que llegó hasta
nuestro Presidente, quien derribó el proyecto.
Una vez que estalló el escándalo, comenzaron a trascender
los detalles. ¿Cuáles?. Por ejemplo, que había dos
denuncias ante la Justicia previas a que la noticia hiciera eclosión
en los diarios.
Una de esas denuncias describe que a mediados de 2003, una representación
del Departamento de Estado norteamericano estuvo en la Argentina acompañada
por Gerentes de una empresa dedicada a esas “tareas” informáticas.
La acusación dice que se reunieron con funcionarios del Gobierno,
quienes les sugirieron que la Casa Blanca vería con buenos ojos
que en el país se adoptara un programa similar al que ya se aplica
en los Estados Unidos. La excusa, esta vez, fue la denominada “lucha
contra el terrorismo”.
Meses después salió la norma; casi en simultáneo
con el decisivo apoyo del gobierno de George W. Bush para el canje de
la deuda, que finalmente terminó de manera exitosa en febrero,
antes de que estallara el escándalo que volteó -al menos
por ahora- la iniciativa del espionaje masivo.
La imputación sostiene que los empresarios que estuvieron en la
Argentina pertenecen a una empresa que se llama “Choicepoint”.
Pruebe el lector colocar esa palabra en cualquier buscador de la web y
verá lo que encuentra. Se le pondrán los pelos de punta,
inevitablemente.
Valgan algunos datos de muestra: esa firma está sospechada de haber
manipulado los padrones electorales del Estado de Florida en el 2000.
Justamente el año en el que se celebraron las elecciones en las
que fue ungido, por primera vez, George W. Bush, en una escandalosa situación
nunca debidamente aclarada en ... el Estado de Florida.
Ruben
S. Rodríguez
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