--R&TA | EDITORIAL |
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No sabe, no contesta Las
elecciones de medio término previstas para el 23 de octubre próximo
han convertido a la escena política argentina, una vez más,
en un cambalache en el que, como bien decía Discépolo, “da
lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón”.
Un poco de cada uno de esos personajes -que a la ligera aparecen como
pintorescos pero que, pasados a través del tamiz fino, asustan-,
hay en la oferta electoral. Como este no es, ni pretende serlo, un editorial
político, quedará ese análisis para otro medio. Pero
las elecciones tienen dos costados que, si bien se mira, se meten de lleno
con lo que R&TA proclama, propone y pregona número tras número.
Vayamos por partes. El primer tema sobre el que este editorial pretende
llamar la atención tiene que ver con una omisión. En ningún
distrito electoral del país en el que se dispute una banca de diputado
para el Congreso se ha mencionado, tan siquiera tangencialmente, la cuestión
de la radiodifusión como eje de un debate. Cierto es que las campañas
políticas últimamente -y esta, la actual, es una muestra
exagerada de eso- no se caracterizan por el debate de ideas sino, antes
que nada, por la descalificación del rival, la utilización
impúdica de los símbolos partidarios y la crítica
como herramienta. Aceptarlo con resignación implica degradar la
institucionalidad a su punto más bajo. Como ciudadanos, preocupa
en líneas generales. Pero en nuestra misión específica
de informar y analizar lo que ocurre con los medios de comunicación,
espanta comprobar que la radiodifusión no es tema de agenda. Reiteradamente
hemos expresado aquí que la radiodifusión debe ser una cuestión
de Estado, por encima de cualquier bandería política e ideología,
suponiendo que algunos de nuestros políticos sepan qué es
eso. Como respuesta a esa propuesta -la de convertir a la radiodifusión
en una cuestión de Estado-, nuestros candidatos nos han dado a
todos, como sociedad, un sonoro cachetazo: en lugar de buscar comunes
denominadores, puntos de coincidencia sobre los cuales edificar una comunicación
distinta, mejor, que le sirva a la gente, decidieron ignorar el tema.
Hágase el siguiente ejercicio de comprobación: arrímese
usted, en su calidad de ciudadano común, a cualquier acto de campaña,
de esos en los que los candidatos estrechan las manos de los asistentes
y besan a los niños con su mejor cara de padre ejemplar. Acérquese
a un candidato y pregúntele, sin más, “¿qué
planes tiene usted para la radiodifusión?”. Observe atentamente
su expresión. Sentirá cómo es ser un marciano -a
ojos del candidato, claro está- en el lugar en el que probablemente
usted nació, creció, conoció a su pareja, tiene a
sus amigos de toda la vida, sus hijos viven, van a la escuela, se juntan
con otros niños... Allí, donde usted pertenece y un candidato
pretende invadirlo, el extraterrestre será precisamente usted.
No indulta la situación que lo mismo ocurra con cualquier otro
tema de interés por el que usted se anime a preguntarle a un candidato.
La suma de todos los ceros del universo, por muchos que sean, dará
siempre cero. Vaya usted sacando cuentas de la calidad legislativa que
tendremos en el futuro cercano, pero no se desanime hay buenos y tenemos
que apoyarlos. Un Congreso que, dicho sea de paso, está en deuda
con la radiodifusión desde el retorno de la democracia, en 1983,
a punto tal que aún sigue vigente la ley 22.285 dictada (nunca
mejor utilizado el término) por un régimen (antidemocrático)
de facto. Y para peor, bastará con repasar el editorial del número
anterior de R&TA para entender que esa ley vetusta y bastarda en origen,
tampoco se cumple.
Ruben S. Rodríguez |
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