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Lo importante es el dinero, la moral va y viene

La diferencia fundamental entre el “periodismo” y las “empresas periodísticas” radica en el objetivo final de uno y otro. Según el diccionario de la Real Academia Española, “periodismo” es “la captación y tratamiento, escrito, oral, visual o gráfico, de la información en cualquiera de sus formas y variedades”. Por su parte, “empresa”, en la segunda acepción, significa “unidad de organización dedicada a actividades industriales, mercantiles o de prestación de servicios con fines lucrativos”.
Si la característica fundamental de una empresa son sus “fines lucrativos”, cuando al término “empresa” se le añade “periodística”, la conjunción denota que, con lo que se lucra, es con la información, que deja de ser un bien social para convertirse en un producto, cual si se tratara de un tornillo, una bolsa de harina o un electrodoméstico.
Una empresa, en un sistema capitalista como el que impera en la Argentina, debe necesariamente competir con otra, porque así lo impone la ley del mercado. La lógica sana y racional implica que para competir y superar al competidor, la herramienta más directa es mejorar el producto propio para que el consumidor, destinatario final del “producto”, prefiera ése y no otro.
Pero en la lógica empresarial, lo que se ve día a día es la práctica desleal como método. Los actos de sabotaje, espionaje, sobornos, compra de voluntades e incluso atentados de corte mafioso, imponen una forma de ser que no es típicamente argentina (esta no la inventamos nosotros) pero ciertamente ha sido adoptada masivamente por los argentinos. ¿Podían los medios de comunicación, convertidos en empresas, escapar a esta lógica? Los hechos muestran que, si hubieran podido, no resistieron la tentación. Sucumbieron a ella y aplicaron esa suerte de lógica perversa para sus actividades.
La tónica que impera es destruir lo mejor del otro. Quien circule por las esferas periféricas de decisión de los grandes medios escuchará, a poco que agudice el oído, la versión que indica que uno de los pases televisivos más resonantes del año próximo es, en realidad, una “cama” para neutralizar a un competidor al que, por otros medios, nunca pudieron vencer.
En pequeña escala, algo similar ocurrió con una radio de FM de una institución pública. La conducción del prime time de la mañana estaba a cargo de una locutora de excelencia que comenzaba a hacer sombra a otras radios en las que los anunciantes depositan sus dineros publicitarios. Una emisora que teóricamente no debía competir, estaba compitiendo y ganando espacios gracias a una tarea “todoterreno” de una buena profesional. Por esa lógica machaconamente perversa, esa locutora ya no conduce la mañana de esa estación, que -obviamente- ya no compite.
Desde el “gran pase” hasta la pequeña radio, en todas partes se cuecen habas. Una radio liderada por un personaje de altísimo impacto mediático por sus producciones televisivas apareció hace menos de dos años como una bocanada de aire fresco, con el regreso a las viejas emisoras que contrataban al personal que le interesaba, les pagaba un sueldo, fijaba una línea editorial y salía por sí misma a buscar la publicidad que le permitiera financiar esa estructura. Le duró poco: cuando los números no le cerraron, convirtió la radio en un taxi, vendió espacios sin importarle a quién, rebajó sueldos, despidió trabajadores, se asoció con otros capitales y cayó en a misma lógica del empresariado argentino urgido por resultados rápidos y tentado por cambios de timón cuando no llegan.
Los medios son (deberían ser) otra cosa. Si en un sistema económico como el que rige a la Argentina la empresa es el modelo, las leyes deberían poner un límite a la voracidad empresarial. Porque los medios de comunicación no son un almacén, ni una fábrica, ni un tambo. Son un vehículo de comunicación y, por extensión, de difusión y cultura, aunque no quieran reconocerlo.
Si siguen en manos de compañías de lógica perversa, si el Estado no asume que el aire por el que propagan las ondas que llegan a millones de hogares es de todos, si la falta de respeto se impone como característica, si el dinero manda por sobre el interés de la sociedad, en cualquier momento, desde estas páginas, formularemos un consejo: “Apague la radio, apague el televisor, descarte los diarios”.
La sociedad no se quedará sin medios de comunicación. Pero las empresas perderán, por esa glotonería rayana en la gula por lo económico, el negocio.
Tal vez, sólo tal vez, así se decidan a cambiar.
El dinero no puede justificarlo todo.

Ruben S. Rodríguez

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