Palabra
de honor
Diciembre
ofrece siempre la posibilidad de un balance. Bien podría ser en
abril, o en junio, pero por una deformación en la que -seguramente-
la sociedad de consumo que componemos tendrá algo que ver, los
balances en la Argentina se hacen en el último mes. Reflexionar
sobre lo que pasó a lo largo de un año en materia de comunicaciones
se insinúa como una tarea siniestra. Ocurre que los medios, en
su carácter esencial de difusores de información, entretenimiento
y cultura, han vuelto a involucionar. Y el panorama pinta cada vez más
grave.
De los sucesos que conmovieron a la opinión pública, desde
Cromañón en el amanecer de 2005 hasta la escalofriante historia
de la violación y la muerte en Nuñez, los medios de comunicación
han (hemos) dado una patética muestra de desinterés, falta
de rigurosidad, de escrúpulos, de tacto y de buen gusto para quienes
sustentan, con su radio o televisión encendidas, o con el diario
o la revista que compran en un quiosco, a los medios.
Seguimos burlándonos de los principios éticos más
elementales y se impone el maquiavélico concepto de que el fin
(se llame un punto más de rating o un ejemplar más vendido)
justifica cualquier medio, incluso el de dar a conocer el nombre de una
niña de 13 años de edad ultrajada y probablemente con su
vida arruinada desde tan corta edad, hasta inventar una miserable historia
de una bengala arrojada por alguien cuyo nombre poco interesa, porque
200 chicos no murieron por la pirotecnia sino por la desidia, la ineficiencia,
la mala educación y la corrupción.
Los medios, con ese tufillo de pseudointelectualidad con que pretenden
pararse frente a la sociedad, no trepidaron en violar nuevamente a una
niña de 13 años, ni tampoco en volver a matar a un muerto,
un chico que aspiraba a ver un recital de rock.
Los medios están haciendo con el público una lacerante exhibición
de acoso moral, que no causa heridas visibles, pero se recibe una puñalada
en la espalda todos los días, cuando por la radio, la TV o el diario
nos damos cuenta que alguien volvió a engañarnos en lo más
intimo, ya no más “todos somos aerolíneas”.
Aceitados los periodistas y los empresarios dueños de los medios
con vaya uno a saber qué estímulo, la noticia pasó
a ser cualquier cosa.
¿Desde qué estatura moral puede un medio juzgar el travestismo
de Eduardo Lorenzo “Borocotó”?. Pues las críticas
a la abominable actitud de “Borocotear” quedó reflejada
en los mismos medios que hasta hace 15 minutos apenas exhibían
una línea ideológica, que cambiaron tan rápidamente
como comenzaron a crecer los logros oficiales en sus páginas o
en sus espacios radiales o televisivos. Eso también es travestismo,
pero los medios no se espantan.
Porque -se sabe- en las grandes empresas de comunicación están
prohibidos los espejos y nadie puede mirarse a sí mismo. Los medios
están acosando moralmente a la sociedad. Cierto es que la sociedad
tampoco se esmera demasiado en resistirlo. Acepta con mansedumbre que
le inunden el cerebro colectivo de basura. Y para colmo de males, la sociedad
a menudo incluso, festeja la invasión de basura. No es inexplicable,
ni imposible de entender. Es Argentina, y hay que aceptarlo. Los menemistas
de la primera hora nunca lo fueron, es más siempre fueron kirchneristas.
El balance de 2005 vuelve a ser negativo. Un gobierno que sólo
habla con la sociedad a través de mensajes oficiales, en actos
a los que concurre el presidente, o que invita a adivinar qué piensa
sobre determinado tema prestándole atención al discurso
(ciertamente poco fluido) del líder piquetero, tampoco contribuye
a una buena comunicación.
Decíamos en editoriales anteriores que los medios se han convertido
en industrias que fabrican estados de ánimo. Opinión publicada
por sobre opinión pública. Pues va siendo hora de decir,
también, que la opinión publicada es opinión manipulada,
y detrás de la manipulación hay siempre un interés
inconfesable. Comprar y asegurarse conciencias para montar campañas
de desprestigio para circunstanciales adversarios o incluso enemigos e
inventar noticias para disimular realidades, no son prácticas democráticas.
A no engañarse: la democracia es otra cosa.
Cierra 2005 con balance negativo y se ina-ugura 2006 con perspectivas
muy negras. Diciembre es también época de augurios, de deseos
de prosperidad que, en un escenario como el que atravesamos, parecen banalidades
o muestras de supina hipocresía. Vienen degollando. Resistir desde
una trinchera de honestidad ideológica, desde una conducta ética,
desde un compromiso con el público, antes que con el poder, parece
ser la única receta para mantener invicta la dignidad. Allí,
en esa trinchera, prometemos estar. En 2006 y siempre.
Ruben
S. Rodríguez
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