No
digan que no les avisé
Decía
Juan Domingo Perón: «El que no tiene cabeza para prever,
debe tener espaldas para soportar». La máxima, aplicable
a casi cualquier circunstancia de la vida cotidiana, también vale
para analizar lo que pasó; y para pronosticar lo que probablemente
pasará con los cambios tecnológicos que necesariamente se
avecinan en la Argentina.
La falta de previsión es casi una constante en esta sociedad. Por
imprevisión se inundó Santa Fe y se quemó Cromañón;
también hubo un segundo atentado contra un objetivo judío.
También por falta de previsión se ensució el espectro
radiofónico y se encareció un sistema de televisión
(PAL N) que, además, nunca evolucionó, porque “como
nadie lo usa, a nadie le interesa mejorarlo”.
Queda claro que la gravedad en uno y otro caso es bien diferente. Santa
Fe, Cromañón y la AMIA costaron vidas humanas, mientras
que la falta de licencias para radios de FM o el sistema de televisión
sólo provocó grandes pérdidas económicas y
un caos de aire que, directamente al menos, no mató a nadie.
Detrás de unos y otros se insinúa siempre el “tufillo”
de la corrupción. Quien decide hacer o no hacer, quien escoge la
opción A en lugar de la B y sobre todo quien no rinde cuenta de
sus actos, ni explica porqué decidió de determinada manera
-respondiendo a un mandato que sólo reconoce a sus propios intereses-
o bien se cree un iluminado (y por lo tanto no merece el cargo que ocupa)
o bien delinque (en cuyo caso su lugar es la cárcel).
Cuando a fines de los ´70 la dictadura militar, a caballo del Mundial
’78, escogió el sistema de TV Pal N, en lugar del difundido
NTSC, dijo haber optado por una mejor calidad de imagen (que probablemente
fuera cierto en ese momento) pero que no previó que el mundo tecnológico
iba a progresar y que la competencia en el desarrollo estaría determinada
por el grado de inversión que cada país, empresa o corporación
decidiera llevar adelante para imponer sus productos en el mercado.
Cuando en los ´80 comenzaron a aparecer, como una necesidad de difusión
y comunicación alternativa, las radios denominadas por entonces
«FM truchas», el gobierno de Raúl Alfonsín se
volvió a mostrar dubitativo entre lanzar un combate frontal contra
esa suerte de ilegalidad -impuesta por la necesidad- y avanzar en una
nueva legislación que permitiera multiplicar y democratizar los
medios de comunicación en el país.
En definitiva, no hizo ni una cosa, ni la otra. En ambos casos, sin política
ni normas claras, sin una idea definida de lo que se pretendía
hacer, ni porqué se lo pretendía hacer, el desorden se instaló
en el espectro audiovisual.
Hoy, las radios -esta vez sí- verdaderamente «truchas»
empiezan a instalarse en los pedacitos de dial cada vez más chicos
que van quedando libres, en FM y también en AM. Casi cualquiera
puede poner una emisora, usurpar una frecuencia, correr el riesgo y si
le sale bien o tiene algún amigo que haga la vista gorda, seguir
adelante con su proyecto. Aunque esté fuera de la ley.
Hoy, cuando se avecinan los tiempos de la TV de Alta Definición,
de una reconversión de la imagen que aparece por el aparato instalado
en la cocina o el living de cada casa, todo lo que se hizo aparece como
obsoleto, paradojal y casi ridículo.
Tan paradójico es que, si bien la norma con la que transmiten los
canales abiertos de aire es Pal N, los viejos videocasetes de cinta, los
DVD, los SVCD y los VCD, más todos los formatos digitales para
reproducción en computadora (AVI, MPG, MOV, etc) están pensados
para la norma NTSC, aquella que la Argentina prefirió descartar.
Ya avanzado el nuevo siglo, reformular esto que no se previó a
tiempo demandará una inversión cuantiosa en la reconversión.
Es cierto que con nuevas tecnologías las sumas se podrán
recuperar a largo plazo. También es cierto que el tren se acerca
y no hay que dejarlo pasar. Pero tal y como van las cosas y tratándose
de este país, lo más probable es que el tren nos atropelle.
Lo que se viene es una puja de intereses, ocultos bajo la máscara
de los avances tecnológicos. Cada uno con su sistema (Brasil quiere
el suyo con Japón, otro tanto la UE y el Reino Unido, mientras
América avanza en la unión del continente), lo que se avecina
es un tironeo en el que probablemente, como pasó a fines de los
´70, no ganará el mejor, sino el que mejor sepa imponerse,
probablemente apelando a argumentos que poco tienen que ver con el interés
común, pero que sí beneficiarán a algún interés
particular.
Para comprender la magnitud económica de lo que se viene, bastará
repasar que la transición desde la tecnología analógica
a la digital en Estados Unidos demandará no menos de 13 años.
En el 2009 finalizan las transmisiones analogicas y comprenderá,
sólo en redistribución de señales, una cifra superior
a los 10 mil millones de dólares. Para seguir usando los actuales
televisores habrá que invertir al menos 60 dólares en tecnología
de adaptación. La fabricación de aparatos nuevos caerá
en la competencia de la oferta y la demanda, pero inicialmente tendrá
un costo alto.
La cantidad de dinero en juego asusta a los honestos y tienta a los oportunistas.
Estamos en Argentina, otra vez parados frente a una decisión trascendente
de cara al futuro. Hace falta grandeza, honestidad, idoneidad y patriotismo.
Justamente valores que escasean desde hace rato. El pronóstico
no debe ser pesimista, aunque la realidad generalmente suele defraudarnos.
Ruben
S. Rodríguez
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