“Cada
cual atiende su juego”
Los
periodistas no son jueces. Los periodistas no son fiscales. Los periodistas
no son policías. Los periodistas no son políticos. No forman
el Gobierno, ni tampoco la oposición. Los periodistas son periodistas.
Esta definición tautológica encierra una verdad a medias.
Porque en realidad, en los tiempos que corren, los periodistas juzgan
con un poder a menudo mayor que los jueces, investigan con menos elementos
pero más ahínco que los fiscales, utilizan armas distintas
-pero armas al fin- como los policías, y se embanderan con el gobierno
o la oposición, según convencimientos ideológicos
o de otra índole.
Entonces, el tiempo verbal debería dejar de conjugarse en presente.
Entre lo que “debería ser” y lo que realmente “es”,
hay un trecho difícil de transitar por senderos limpios. Se trata
de un galimatías más real que retórico. Que no sólo
no va camino a resolverse sino, muy por el contrario, a agravarse.
Corrijamos entonces los tiempos de verbo: los periodistas no deberían
ser jueces. Los periodistas no deberían ser fiscales. Los periodistas
no deberían ser policías. Los periodistas no deberían
ser políticos. No deberían formar el gobierno, ni tampoco
la oposición. Los periodistas deberían ser periodistas.
¿Por qué la realidad indica otra cosa? Una compleja trama
de confusiones y deserciones viene favoreciendo desde hace muchos años,
que los roles que cada actor social tiene naturalmente asignados se hayan
trastocado. Algo así como una “remake” discepoliana
de la Biblia llorando junto a un calefón. Sujetos activos de la
vanidad y el egocentrismo, los periodistas aceptan (aceptamos) esta sensación
implantada en buena parte de la sociedad, que indica que son (somos) los
más creíbles. Que la gente confía en nosotros más
que en los jueces, en la policía y ni qué hablar de los
políticos. Ocupando lugares ajenos que se desocupan por el propio
peso de la ineficiencia de sus verdaderos y genuinos titulares, los periodistas
nos hemos convertido en un punto de referencia para el común de
la gente, todo porque somos “creíbles”. Es lógico:
los periodistas tienen buena imagen, porque la imagen de los periodistas
la cuenta, precisamente, los periodistas. Nos encanta hablar bien de nosotros
mismos. Y muchas veces nos creemos jueces, fiscales, policías,
presidentes o ministros. Y algunos son sólo lobystas.
Pese a ese panorama cambalachero, lo cierto es que muchos periodistas
que no sucumbieron a la tentación del estrellato y la moneda fácil
se mantuvieron en su rol esencial. Si la función básica
de un periodista es informar, y del otro lado hay quienes no quieren que
se informe, el escenario es el de un conflicto. Desigual además,
si de un lado están los periodistas que se mantienen fieles a sus
convicciones, ideales y esencia de su trabajo, y del otro un gobierno
que no tolera la crítica.
En los últimos tiempos, el Poder Ejecutivo ha obtenido -o está
en vías de obtener- herramientas que considera fundamentales para
gobernar, pero que al mismo tiempo implican una amenaza para el sistema
republicano de gobierno.
Los “superpoderes”, la reglamentación de los decretos
de necesidad y urgencia, el aval judicial a la existencia de las “leyes
secretas” y a la reforma del Consejo de la Magistratura. Todo ello
se produjo en un marco en el que la Corte Suprema de Justicia está
paralizada, porque le faltan dos jueces y no puede resolver ninguna causa
importante. El gobierno tiene mayoría en ambas cámaras legislativas
y los números de la macroeconomía lo ponen en una situación
de bonanza impensable hace cinco años, cuando el país parecía
camino a desaparecer. Con todas esas variables bajo control, el presidente
y su esposa senadora embistieron dialécticamente contra los periodistas
que critican determinados aspectos de su gobierno convencidos que podrían
acallarlos como están acallados los jueces, los fiscales, los policías,
los políticos.
Si los periodistas fueran (fuéramos) lo que deberían ser,
esto es periodistas, en el sentido llano de la profesión, no deberían
sucumbir a ese intento.
Pero una cosa es lo que debería ser, y otra, muy distinta, lo que
es.
Ruben
S. Rodríguez
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