Y...
la comida está servida
Hace
ya varios años, se estrenó en los cines argentinos una película
que aquí se llamó “Mentiras verdaderas”. Una
de esas feroces autocríticas que la sociedad estadounidense hace
de sí misma, pero que quedan sólo en eso, en autocríticas
testimoniales que no van más allá de una proclama, una declamación
culpógena.
Mas no tiene traducción concreta en hechos, ni mucho menos consecuencias
correctivas. Es como si un espejo mostrara una imagen que no se quiere
ver, y en consecuencia el espejo desaparece. Aunque la imagen perdura,
existe y es real, si el espejo no la refleja, las angustias existenciales
se diluyen ficticiamente y todo sigue su camino. La película en
cuestión narra una historia artificialmente creada por organismos
de inteligencia norteamericanos, con la complicidad de los medios de comunicación.
El guión no es nada original, pues de ese tipo de filmes está
llena la historia del celuloide. Sin embargo, el film invita a reflexionar
sobre lo real y lo inventado verosímil. Una suerte de moraleja
doméstica, casi de barrio, bien podría indicar que hay una
“realidad real” y una virtual, y que la mayoría de
los mortales vivimos en la virtual, porque la real es demasiado cruda
como para soportarla.
Ups!, nuevamente el cine norteamericano: eso, precisamente, es la “Matrix”.
La creación de una realidad virtual en la que casi todos vivimos
suponiendo que es la “real”, ignorando que detrás de
ella, se esconde algo diferente. Algo así como un libreto planificado
para cada uno de nosotros por una mano invisible que digita qué
debemos hacer, cómo debemos pensar, cuándo nos toca reír
o llorar.
Otra vez aparece el séptimo arte del país americano; esta
vez se trata de “Thruman Show”, cuyo argumento consiste en
un gigantesco set de televisión, en el que una persona que nació
allí vive una ficción que millones de espectadores observan
cada noche desde el living de su casa y cuyo protagonista es alguien que
desconoce lo que le pasa y vive convencido que lo que le pasa “es”
la realidad.
La Argentina de estos días se parece, al menos en esta fotografía
parcial, al arte estadounidense. Por extensión, podríamos
afirmar también que el mundo globalizado es eso, una enorme ficción
en la que todos “hacemos como que” y creemos que estamos viviendo
nuestras propias historias, cuando lo que de verdad ocurre es que estamos
desarrollando un rol previamente planificado, que somos meros ejecutores,
más o menos fieles, de una partitura escrita y diseñada
para nosotros, aunque nadie nos haya avisado.
Como el mundo es muy grande y la tentación de explicar bajo estos
parámetros las guerras en Medio Oriente, Irak o El Líbano
es demasiado simple, intentaremos acotar el marco geográfico y
complicar el análisis. Nos ceñiremos a la Argentina, donde
el libreto habla ahora de un país sin guerras y con cierta bonanza
económica, que todavía no alcanza a los sectores que siempre
jugaron de extras, secundarios y –por cierto- muy mal pagos de esta
obra.
Para la realidad virtual argentina la receta es fácil: pónganse
en un recipiente siete años de dictadura, previamente despojada
de ideología (utilice un cuchillo filoso si le cuesta extirparla)
y póngala a hervir. Cuando rompa el primer hervor, añádale
una reapertura democrática con muchas ínfulas iniciales
pero claudicante cuando se le quite la cáscara. Una vez macerada
convenientemente, sáquela con violencia del recipiente, pero antes
de que esté completamente cocida. (Apártela a un costado,
tal vez le sirva en otro momento).
Previamente habrá usted preparado una salsa cubrelotodo que, a
los ojos de los comensales, parece exquisita, pero que después
de un profundo paladeo, le dejará un resabio amargo en la boca
y una sensación de vacío en el estómago. Póngala
en el recipiente a fuego lento durante diez años, y cuando vea
que está a punto de consumirse, agréguele una ilusión
efímera durante dos años hasta que estalle. En ese momento
puede agregarle cualquier cosa como ingrediente. Algunos comensales se
quejarán durante un tiempo y le pedirán que usted y todos
sus ayudantes se marchen de la cocina y no regresen nunca más.
No les haga caso, ya se les pasará y podrá seguir cocinando
como si nada hubiera pasado.
Ya estamos casi terminando el plato. Retírelo del fuego y póngalo
a enfriar con vientos del sur. Cuando los vapores de delicia que promete
el plato apenas salido del fuego se hayan evaporado, tendrá usted
una comida suculenta pero insulsa, le parecerá buena pero en el
fondo tendrá la sensación de que no es lo que esperaba.
Que algunos ingredientes sobran y otros nunca estuvieron previstos.
El plato se llama “Argentina 2006”. Se ofrece a los comensales
a través de los medios de comunicación como “nuevo”,
pero no lo es. Tampoco importa, porque durante el proceso de cocción
se habrán fundido, mimetizado y en algunos casos hasta desaparecido,
los ingredientes de manera tal que muy pocos estarán en condiciones
de distinguir de qué está hecha esta comida. La receta será
publicada en las secciones gastronómicas de los principales medios
de comunicación –previamente acondicionados con generosas
reformas edilicias- como un manjar. Si alguien pretende advertir que no
lo es, el cocinero le enviará una botella de buen vino para “embeodarlo”
y de esta manera, lograr que se calle y este contento. Sin descartar a
la produccion de “Nino Dolce”, para enviar compañía.
Argentina 2006 se ofrece como un banquete al que millones de comensales
no están invitados. No es importante. Después de todo, ¿a
quién le interesa esa realidad? La ficción.... eso es lo
que cuenta.
Cuando haya terminado de comer, encienda la TV. En esa realidad, todo
está bien.
Ruben
S. Rodríguez
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