Si
querés resultados distintos, no hagas siempre lo mismo
Cuando
los actores de la política institucional desvirtúan sus
roles dentro de la sociedad, dejan espacios vacíos que, por acción
u omisión, ocupan protagonistas de otras actividades. Hace algún
tiempo hablamos en estas mismas páginas de los periodistas que
fungen como jueces, fiscales y policías. Y advertimos que para
la salud de la república, eso era sumamente peligroso.
De la misma manera que en la sociedad creció la imagen del periodista
juez o fiscal, apoyado sobre una construcción de credibilidad cuyos
cimientos son mucho más endebles de lo que parecen, ahora corresponde
analizar el papel que comienzan a cumplir como oposición política
a un gobierno que ya no se preocupa para ocultar su vocación hegemónica.
En un contexto general de carencia de debate (acaso porque ni siquiera
haya ideas para debatir), las tres o cuatro variables económicas
y sociales que le permiten al actual Gobierno encaminarse a la reelección
o auto-sucesión en 2007, atomizaron el escenario político.
Oficialismo y oposición se entremezclan, van y vienen, y las voluntades
mudan de ideología y fidelidad según intereses completamente
coyunturales, cuando no movidos por otras razones, más terrenales
que intelectuales.
Allí aparecen como paladines de la independencia voces de comunicadores
que terminan ocupando espacios de oposición que la propia oposición
desperdicia.
Favorecidas porque la sociedad necesita referentes que disientan del discurso
oficial, esas voces aciertan y yerran como cualquier humano puesto a desarrollar
una tarea de alta exposición pública. Pero como la sociedad
les demanda que perseveren en ese rol y los entroniza como íconos
de la crítica, los errores se disimulan y los aciertos se magnifican.
Así, si una emisora decide levantar del aire un programa porque
no le cierra económica o editorialmente, automáticamente
el periodista pasa a ser un “censurado”. Si por razones económicas,
periodísticas o incluso estéticas, no tienen un programa
en TV, entonces están “prohibidos”. La defensa corporativa
que cierto periodismo hace de sí mismo difunde esa imagen y esa
sensación de restricciones, y envalentona otra imagen, la del contestatario
que termina por erigirse en opositor. Ni una cosa, ni la otra. El periodista
es periodista; ni contestatario, ni oposición. Debe hacer su trabajo
y hacerlo bien. Honestamente, con seriedad, con responsabilidad y compromiso
por la verdad. Incluso con opinión, aunque debería ser más
importante la información que la opinión, porque es natural
pensar que al público le interesa mucho más “qué”
pasa, que lo que el periodista piensa sobre lo que pasa. Pero de allí
a convertir a un periodista en icono de la oposición, objeto de
todas las persecuciones y blanco de la censura más cruel por su
discurso, hay un largo trecho. Este gobierno bastardea las calidades institucionales,
tiene actitudes autoritarias, avanza sobre la división republicana
de poderes, pero ciertamente no es la dictadura de Videla. Y hasta ahora,
afortunadamente, este gobierno no carga con ningún Rodolfo Walsh
sobre sus espaldas. Los periodistas que compran para sí las ropas
de oposición adquieren también la soberbia de convertirse
en potenciales merecedores del bronce. Y suponen que por vestir el atuendo
de ese personaje tienen la obligación de ver todo negativo, cuestionar
y criticar todo el tiempo. Si algo merece ser destacado, mejor callarlo,
porque no faltará quien suponga que ha vendido su alma al diablo
por unos cuantos pesos.
También así se desvirtúa la realidad. La objetividad
periodística no existe, pero si de alguna manera existiera la forma
de acercarse a ella sería informando sobre lo que está bien
y lo que está mal en la adecuada proporción, que no es otra
que toda la información que un periodista puede obtener.
En radiodifusión hay un plan en marcha, funciona, démosle
tiempo antes de criticar solo por criticar. En otras palabras: contar
todo, lo bueno y lo malo, con equilibrio y sin tapujos.
La sociedad no debe exigirle al periodista un rol diferente del que es
la esencia de la profesión. Y el periodista no debe aceptar ese
convite a ser lo que no es. Zapatero a tus zapatos, cada uno debe cumplir
adecuadamente el rol social que le compete. Caso contrario, Discépolo
seguirá teniendo razón y vigencia con aquello de la Biblia
junto a un calefón.
Ruben
S. Rodríguez
|