Adecentemosnos
Las
“fuentes” de los periodistas no son, por cierto, recipientes
de plástico, metal o vidrio donde servir las ensaladas. Se trata
de, acaso, el elemento más sagrado (mucho más que el lápiz,
el papel o el grabador) con que un periodista cuenta para hacer bien su
trabajo.
El concepto genérico de fuente remite a todo aquel vergel, sea
persona u objeto, del que un periodista puede extraer informaciones. Las
fuentes pueden ser “personales”, es decir seres humanos que
por su función, conocimiento o simple casualidad saben algo y se
lo cuentan a un periodista; o bien documentales, por ejemplo una ley del
Congreso o el contrato de compra de gas a Bolivia. Superada esa caracterización,
las fuentes pueden catalogarse en “directas” -que tomaron
contacto con la información que suministran por sí mismas-
o “indirectas”, es decir que se enteraron a través
de alguien en quien confían de una determinada noticia y se limitan
a trasmitirla. Pero hay además una tercera definición, que
se grafica en terminología británica: “on the record”
u “off the record”. Aunque parezca simple, la situación
comienza a complicarse. Una fuente es “on the record” cuando
el periodista puede citarla en su crónica, apelando al “según
informó fulano de tal”. Cuando ello no ocurre y el periodista
debe decir “ocurrió (u ocurrirá) tal cosa, según
revelaron a este medio fuentes (policiales-judiciales-políticas,
etcétera), quien aportó la información pasa automáticamente
a ser una fuente “off the record”. Decíamos que la
definición se complica porque en este último rubro, una
fuente puede ser a veces “on” y a veces “off”,
e incluso puede serlo alternativamente en el marco de una misma información.
Un periodista jerarquiza su trabajo y gana en credibilidad cuantas más
y mejores sean sus fuentes. Cultivarlas no es un tema sencillo; demanda
un lento proceso de conocimiento, una conducta permanente, el respeto
a rajatabla de códigos tácitos (jamás se revela el
nombre de una fuente off the record) y sobre todo, una sólida formación
intelectual, profesional y humana, para distinguir la información
de las operaciones de prensa, vulgarmente llamadas “pescado podrido”.
Las fuentes nunca son inocentes. Cuando una fuente le cuenta algo a un
periodista, diez de cada diez veces tiene una segunda intención
a partir de la publicación: que lo beneficie personalmente, que
perjudique a su rival-enemigo, que trascienda algo que alguien no quiere
que se sepa. Muchas veces hay miserias escondidas detrás de esas
segundas intenciones; otras, las más, fines altruistas o simples
afanes de figuración. Aún cuando es “off”, la
fuente suele contarle a sus amistades: “’¿Viste la
noticia esa que apareció en el diario? Se lo conté yo al
periodista fulano... si no fuera por mí, ese no podría trabajar”.
Lo más terrible de esa frase, dividida en tres partes, es que todo
es cierto.
Una “fuente” le contó a un periodista del Diario Olé
que previo de un partido de fútbol con Boca Juniors, los futbolistas
de Gimnasia y Esgrima La Plata habían recibido la visita de los
“barras bravas”, quienes los amenazaron con que les harían
daño si se imponían en ese cotejo y favorecían, así,
las posibilidades de salir campeón de su tradicional rival, Estudiantes.
El periodista tuvo la valentía (y coincidió con la valentía
del medio) de publicar esa información. Que causó un revuelo
mayúsculo, como no podía ser de otra manera. Y allí
ocurrió la vergonzante sucesión de hechos que origina este
editorial de R&TA. Un racimo de periodistas salió rápidamente
a decir que ya conocía esa información, que circulaba en
distintas esferas, y -más aún- aportaron supuestos detalles,
frases presuntamente textuales e intimidades de un episodio que no habían
revelado previamente.
Puede ocurrir que un periodista disponga de una información y decida
esperar una cuestión de mejor oportunidad para difundirla. Puede
también que precise confirmar datos, “chequear”, antes
de difundirlo. Pero en casos como estos es perfectamente posible que ocurran
otras dos cosas: que el periodista tuviera todo confirmado y no se hubiera
animado a difundirlo, o que no lo supiera y se montara al buen trabajo
(y las buenas fuentes) de otro colega. Si hizo esto último, es
decir si no lo sabía y se montó sobre los méritos
de otro, ese periodista es un miserable, un canalla y un ladrón
de información.
Pero si lo sabía y no lo dio a conocer, caben otras dos posibilidades:
o es un inepto, un pusilánime y un cobarde, o es un corrupto, sobornado
que faltó a la principal de sus misiones en la sociedad: contarle
al público lo que sabe en razón de su trabajo.
Contar estas cosas, describir estas cuestiones que tienen que ver con
la “cocina” de la actividad periodística, es el aporte
-modesto, por cierto- que R&TA desea hacer, a través de su
editorial, para dignificar a la profesión.
Para que el público abra los ojos y comience a preocuparse por
decidir a quién le cree y a quién no. Para que la sociedad
exija respeto, profesionalismo y seriedad a los periodistas. En fin, para
que, como dice el catalán Joan Manuel Serrat, “no sean necesarios
más héroes ni más milagros para adecentar el local”.
Ruben
S. Rodríguez
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