¿Será
verdad?
El
más longevo de los jueces de la Corte Suprema de Justicia, Carlos
Fayt, suele decir en sus disertaciones: “Las opiniones son libres,
pero los hechos son sagrados”.
La objetividad periodística, ya se ha dicho reiteradamente en estos
editoriales, no existe. Si forzamos un poco más la consigna, la
objetividad como condición de la relación humana no existe.
En todo el proceso de la comunicación hay personas, por lo tanto
sujetos y no objetos, de modo que la comunicación es un fenómeno
esencialmente subjetivo.
Ahora bien: ¿justifica esta condición de “subjetividad”
que una información pueda tergiversar la realidad?. Ciertamente
que no, la respuesta es obvia. Pero es necesario hacer un ejercicio de
análisis de la realidad argentina para comprobar esta nueva forma
de maquiavelismo, donde aquella idea que indicaba que “el fin justifica
los medios” ha devenido en una nueva máxima: “nunca
permitas que la realidad te impida escribir una buena crónica”.
Los medios de comunicación, también lo hemos reiterado en
estas páginas, no son sociedades filantrópicas. Masificados,
obligados a financiarse mediante la promoción publicitaria de determinados
productos, obligados a convivir (y muchas veces depender) de la pauta
que le asigna el poder nacional, provincial o municipal de turno, los
medios se han convertido en fábricas sin humo de productos cada
vez con menos proceso de elaboración artesanal y valor agregado.
Las noticias se están produciendo en serie, los aportes personales
o editoriales de cada medio sólo representan modificaciones cosméticas
mas no de fondo, y en lugar de elaborar un tornillo, una golosina, un
par de zapatos o cualquier otro elemento de lo que el imaginario popular
concibe como “industria”, fabrica una noticia nutriéndose
a veces de la realidad, y a veces de lo que intencionadamente los periodistas
o los dueños de los medios creen (y nos hacen creer) que es la
realidad.
Hace algún tiempo, un periodista cuya credibilidad está
tan devaluada como el peso argentino “de tres le creen una”,
comenzó a proferir en sus programas una frase que decía
algo así como: “No creas todo lo que te dicen”. Probablemente
hablara con una connotación auto referencial. Seguramente aconsejaba
desde la suposición de que él era creíble y los demás
no. Lo concreto es que la recomendación era acertada: los medios
de comunicación han cometido últimamente tantas tropelías
informativas que lo menos que merecen es que el público dude sobre
la veracidad -por lo menos completa- de esas expresiones.
Porque a pesar de que empíricamente parezca demostrable que de
la mentira periodística no se vuelve, la realidad demuestra que
no es así. Decenas de periodistas que por distintas razones (entre
las cuales la más respetable fue el error involuntario) desinformaron
a su público, consiguieron reciclarse y recobrar fama de creíbles,
en buena medida porque la falta de memoria colectiva les permitió
ubicarse nuevamente en el candelero. Pero esa segunda oportunidad no amerita
una tercera. De hecho, ni siquiera los campeones de la permanencia, como
solían ser Bernardo Neustdadt y Mariano Grondona, consiguen hoy
mantenerse en la cresta de la ola informativa.
En los tiempos que corren hay nuevos postulados que, en los medios de
comunicación, parecen mandamientos paganos. “Si no pasa en
televisión no existe”, “si lo dijo la TV debe ser cierto”,
por ejemplo. Pues bien: tampoco es cierto. Porque detrás de la
TV muchas veces hay mecanismos espurios para conseguir una noticia que
no sólo se dan de patadas con los principios de la ética
sino que rozan la violación del Código Penal. Dos ejemplos
concretos: en la causa Cromañón, la Cámara del Crimen
porteña confirmó el sobreseimiento a favor del hermano de
Omar Chabán, Yamil. La primicia la tuvo una radio escuchada en
las redacciones; desde una de ellas, un periodista malentendió
la información y rápidamente difundió por su medio
que había sido procesado. Robó información, y la
robó mal. Ese medio nunca pidió disculpas por lo que hizo,
ni brindó una explicación. Y hoy sigue funcionando normalmente.
Segundo ejemplo: el robo en San Telmo a una de las hijas del presidente
estadounidense George W. Bush, era desconocido aquí. Una cadena
de TV norteamericana, con buenas fuentes en el servicio secreto, la escribió
en su sitio de Internet; la información comenzó a circular
hasta que una señal de cable decidió difundirla sin citar
la fuente original; otra señal de cable levantó a su vez
a su competidora, y no citó ni a la fuente original ni a la de
segunda mano. Robó información dos veces, y nunca aclaró
la situación. Ese medio también sigue en el aire. Los medios
de comunicación mienten y se equivocan, como miente y se equivoca
cualquier ser humano en su vida cotidiana. La diferencia está en
la responsabilidad social de los medios. Cuando un periodista se compromete
con la verdad, el compromiso es irrenunciable. Cuando traiciona ese compromiso,
deja de ser periodista. Y si no es periodista, no tiene nada que hacer
en los medios. Así de simple debería ser. Porque las opiniones
son libres, pero los hechos son sagrados.
Aunque la realidad parezca burlarse de esas verdades.
Ruben
S. Rodríguez
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