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¿Medios públicos o medios fenicios?

Las frecuencias radiales y televisivas en todo el mundo son propiedad del Estado, que las concesiona a determinados operadores privados para, de esa manera, dar espacio a los medios audiovisuales comerciales. El sistema está pensado para que ganen todos: el Estado, porque obtiene un rédito a partir de la concesión de un bien que es de la sociedad, es decir de todos. Los operadores privados, porque acceden a la posibilidad de desarrollar un negocio lícito y redituable, en el que además pueden poner en juego cuestiones culturales, políticas, ideológicas y hasta personales. Y gana (o debería ganar) también la sociedad, que recibe por algo que le pertenece, como es la frecuencia, un servicio diverso, plural y en condiciones normales, abierto y democrático.
Pero una cosa es lo que el “sistema” prevé, y otra muy distinta lo que la realidad marca. En ese esquema en el que supuestamente todos ganan, en realidad ganan pocos -y ganan mucho- en detrimento de otros que terminan perdiendo, bien porque no reciben lo que merecen, bien porque lo que reciben no está a la altura de lo que podría generar la enorme cantidad de dinero que mueven los medios de comunicación privados que utilizan frecuencias concesionadas.
Probablemente sea imposible alcanzar un equilibrio perfecto en esta tríada de Estado, operadores y sociedad. Pero las asimetrías que muestran la dinámica de los medios hoy asusta.
En una Argentina en la que es prácticamente imposible planificar a largo plazo, las frecuencias de televisión tienen dueños definitivos, a menos que decidan retirarse y dejarle paso a otros inversores que ellos mismos elegirán, sin participación del Estado. Pensar actualmente que todas las frecuencias pudieran salir a subasta, a una puja abierta entre oferentes en igualdad de condiciones, es poco menos que ilusorio. Los medios (las frecuencias) tienen dueños. El Estado es un convidado que recibe poco y nada, en comparación con lo que ofrece y la sociedad mira, simplemente mira.
Las empresas que manejan los medios hacen y deshacen a su antojo, ponen al aire lo que se les antoja y en el horario que se les ocurre, estiran o achican programas según la tiranía del novedoso rating minuto a minuto. La “televisión basura”, sin embargo, concita la atención de millones de personas, mueve fortunas en una recuperada torta publicitaria y la evaluación de los programas se hace con la calculadora en la mano. Si la impronta es mercantilista, el resultado también lo será. Y en estos casos, inevitablemente aparece el rédito económico como enemigo de la calidad, cuando no tiene por qué ser una contradicción sino, más bien, una complementación.
No ocurre. Lamentablemente, no ocurre.¿Es posible establecer un equilibrio? Lejos quedó la imagen lúdica del radiodifusor como un sacerdote pagano de la cultura. Los gerentes de programación manejan no sólo lo que se ve en las pantallas, sino también buena parte del tema (o los temas) de los que habla buena parte del país. Y la que no habla de esos temas, la gente a la que no le interesa debatir si fulana bailó mejor, si perengano desafinó al cantar, si el ojo del Gran Hermano captó todo o se perdió algo, si la vedette de turno se acostó con el futbolista, termina casi irremediablemente cayendo en la trampa. Si una persona no habla de eso, termina aislada, sola y en un ghetto. La anormalidad se ha vuelto norma y, de tanto transgredir (malamente, por cierto) perdió su romanticismo y ahora es un síntoma más de la decadencia.
El último ejemplo de medio estatal que intentó ser pluralista, comercial, inclinado a cierta conciencia de sociedad y con calidad fue ATC, en los albores de la democracia. En aquella pantalla, por ejemplo, surgió La Noticia Rebelde, uno de los íconos de la televisión de las últimas décadas.
Pero aquella experiencia quedó sepultada en los 90 y hoy, pese a ciertos intentos saludables del actual gobierno, el camino es tan cuesta arriba que los resultados tardan en aparecer. Pero ese parece ser el camino. Televisión Española (TVE) acaba de cumplir 50 años. En sus celebraciones y evocaciones, mostró lo que fue capaz de hacer en medio siglo, acompañando la evolución tecnológica o impulsándola. Si ellos pudieron hacerlo, ¿por qué no intentarlo?
Tal vez sea el tiempo de romper el círculo vicioso con una iniciativa audaz, racional económicamente, y orientada hacia la calidad. Para que los medios dejen de ser el campo propicio para que se enseñoreen un puñado de fenicios en perjuicio de toda la sociedad.


Ruben S. Rodríguez

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