La
imagen no es nada
La
reacción natural de cualquier persona ante el descubrimiento de
algo que lo avergüenza, de una conducta o acción que merece
su propia reprobación, es intentar que no se conozca. El silencio,
la mentira, el ocultamiento, son en esos casos los cómplices perfectos
del infiel, del corrupto, del ladrón, del asesino.
La contracara tiene en los tiempos que corren un nuevo nombre: transparencia.
A la mentira ya no se le opone la verdad, sino la “transparencia”,
un término que, si bien se mira, parece decir mucho para terminar
diciendo nada.¿Qué es ser “transparente” hoy
en la Argentina? Veamos: Según el Diccionario de la Real Academia
Española, se trata de un cuerpo a través del cual pueden
verse los objetos claramente”. Pero también, en su cuarta
acepción, significa “claro, evidente, que se comprende sin
duda ni ambigüedad”. Ni siquiera en el plano tan laxo de las
metáforas podría aceptarse que en la Argentina de hoy hay
algún estamento de conducción (política, social,
cultural, deportiva y mucho menos comunicacional) que sea verdaderamente
transparente.
¿Puede ser transparente un gobierno que le informa a sus mandantes,
los ciudadanos, que la realidad que ve en la carnicería, la verdulería,
la panadería y el almacén no son lo que parecen?¿Pueden
ser transparentes los organismos estatales que persiguen al pequeño
contribuyente para que pague todos sus impuestos, aún los abusivos,
mientras le paga el sueldo a sus docentes, médicos y policías
con un altísimo porcentaje “no remunerativo”, es decir
“en negro”? ¿Pueden ser transparentes los tribunales
de Justicia que resuelven las causas con una oreja puesta en el interés
del poder político y la otra en la repercusión que sus decisiones
pueda generar en los medios de comunicación (con lo cual no le
queda ninguna oreja para escuchar las leyes)? Ante ese escenario, habrá
que proclamar –modestamente, por cierto- desde estas páginas,
que la “transparencia” como política institucional
en la Argentina no existe. Probablemente nunca haya existido, pero ese
ya es un análisis histórico-sociológico que no viene
al caso de este editorial. Aún se escucha, en esas definiciones
de filosofía popular que mucho se parece a refranes de los posters
del tiempo, que “no sólo hay que ser honesto sino también
parecerlo”.
Probablemente cierto, pero incompleto. Ser honesto es sencillo. Basta
con no robar, no corromperse, no incurrir en ningunas de esas prácticas,
delictivas o no, que nadie podría contarle orgullosamente a sus
hijos. Parecerlo, es mas fácil aún. Un traje, una corbata,
un buen vocabulario y modales refinados bastarán para imponer esa
imagen. Una persona caminando a las tres de la mañana en un barrio
oscuro seguramente no tendrá miedo de cruzarse con alguien que
va vestido de esa manera, y sí lo tendrá si se topa con
un joven de tez morena, campera con la inscripción “The Ramones”
y una gorrita tipo béisbol en la cabeza. Absurdo: los que robaron
el país y lo sumieron en la mayor de las miserias no fueron los
desarrapados, sino los pulcros. Pero no lo parecen. Decíamos que
la ecuación era incompleta porque a esas dos variables le falta
la tercera y fundamental: demostrarlo. No basta con ser honesto y parecerlo;
hay que demostrarlo a cada momento, porque sólo de esa manera se
iniciará el camino para la recuperación de la credibilidad.
Dos elementos que también vienen escaseando son necesarios para
complementar ese camino: verdad y libertad. Los gobiernos –no sólo
este, también los anteriores- tomaron al Estado, que es de todos,
como propio. Y se apropiaron también de la verdad y la libertad.
Nos compete hablar de los tiempos que vivimos, y entonces decimos que
los medios de comunicación tapan la parte de la verdad que no les
gusta y, de esa manera, hieren de gravedad a la libertad.
Los tiempos políticos y los vaivenes que traen aparejados dibujan
la realidad con un prisma rengo que pretende dejar pasar la luz (recuérdese
el concepto de “transparente”) sólo con determinados
rayos. Pero la luz se expande y busca penetrar por otros recodos, de modo
tal que el esfuerzo por taparla se hace vano y la verdad empuja para pasar.
Allí aparece la práctica de coartar la libertad. En los
medios oficiales -que son del Estado, no del gobierno- la información
“complicada” directamente no se emite. Y los medios no oficiales,
y los periodistas independientes, sufren presiones directas e indirectas
que harían palidecer a más de una dictadura.
¡Qué tontos son! ¡Si es mucho más fácil!
En lugar de acallar voces, silenciar medios, apretar periodistas, extorsionar
con publicidad oficial, hay una receta infinitamente menos complicada,
que desde estas páginas aportamos gratuitamente y sin derechos
de autor a los gobernantes, los actuales y los futuros. Sólo se
trata de gobernar bien, honestamente, sin nada que ocultar. Con la verdad
y en libertad. Sería bueno comenzar a poner en práctica
esos parámetros, que bien podrían convertirse en doctrina.
Porque tal y como van, los gobernantes no están haciendo más
que darle la razón al ex presidente uruguayo Jorge Batlle: “los
argentinos son una manga de ladrones, del primero al último”.
¿Será que en la Argentina no se puede?
Ruben
S. Rodríguez
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