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Millones de moscas están equivocadas

La televisión, como la vida, suele observar caprichosos comportamientos cíclicos, una suerte de reciclaje masturbatorio, algo así como copiarse a sí mismo en una versión corregida exitosamente en ecuaciones de rating, dinero y publicidad, pero devaluada en cuanto a calidad de contenidos. La televisión, digámoslo claramente, es hoy un fenómeno tecnológico en explosión que modifica la realidad y la pone, digerida, en los cerebros de los espectadores. Así, la vida pasa si pasa por la televisión; si no está allí, seguramente es otra cosa, pero no la vida.
Porque para el argentino promedio, unos cuatro millones de personas en un canal y otros dos y medio en otro, la vida transcurre en una casa lujosa en la que sus habitantes no saben ni siquiera qué hora es. O, tal vez, la vida discurre alrededor de un caño metálico que recibe, impávido, flujos y sudores de cuerpos esculturales que despiertan inquietudes... en las partes íntimas del público. A no confundirse: desatan sinapsis en millones de neuronas, ponen el cerebro en funcionamiento, y vaya que lo hacen con intensidad. La cuestión es qué produce esa catarata de libido. De tanto despertar ratones, el espectador se vuelve ratón. Y ya se sabe qué cosa hacen los científicos con los ratones en los laboratorios.
El fenómeno chabacano, vulgar, bizarro que ofrece la televisión de estos días no es diferente del que hace algunos años mostraba a los hermanos Suller y sus sagas de amantes, los grotescos personajes que la emprendían a los cachetazos en los programas de Mauro Viale y Moria Casán, los Jacobo Winograd y sus respectivos séquitos de “periodistas” que amplificaban sus absurdos.
Pero decíamos líneas más arriba que la televisión se corrige a sí misma. Y ciertamente es mucho más estético ver bailar a Carla Conte o a Catherine Fulop una lambada sensual que observar los cabellos teñidos de la supuesta novia de Guido Suller barriendo el piso de un set de TV por un desengaño amoroso del comisario de abordo devenido en efímera estrella mediática. Así, es posible que un canal obtenga, en el prime time, 40,5 puntos de rating. Tal vez en el próximo ciclo, cuando haya que renovar y mejorar la apuesta, el reality buscará desatar las pasiones más primitivas de sus participantes y, tal vez, aparezca un asesino serial (uno de verdad, no un actor “haciendo de”) descuartizando víctimas en cámara. Quizá los remates de las coreografías de los bailarines incluyan sexo oral. Tal vez esa práctica será la coreografía de un soñador que cante un blues. Probablemente se patinará sobre hielo sin ropas. En resumidas cuentas, todo vale. Hace algunas semanas circuló el rumor, luego desmentido, que indicaba que una productora holandesa preparaba un reality show en el que enfermos terminales ofrecían la donación de sus órganos para que otros enfermos, menos terminales, compitieran en un programa de TV y el público eligiera: este riñón para fulano, las córneas para mengana, démosle un pulmón al pobre perengano, que ya casi no puede respirar.
Lo sorprendente no es que a alguien se le haya ocurrido semejante disparate. Lo verdaderamente asombroso es que todos los que escucharon la noticia la creyeron posible. La conjunción de espanto y morbo es mágica para conseguir rating. Que no quepan dudas: más tarde o más temprano, habrá un reality que se llamará “Bailando por un transplante” o “Gran Hermano desahuciados”. Quienes producen y alimentan este fenómeno: ¿lo hacen por un simple afán de ganar la carrera del rating, por quedarse con la mejor parte de la torta publicitaria, por cotizar mejor sus propias acciones? Seguramente sí. Pero por acción o por omisión, terminan siendo útiles a un “gran hermano” de verdad, que consigue su gran objetivo casi sin esfuerzo: mientras hablamos del desnudo de Nazarena Vélez en el caño, o de los impulsos de Nino Dolce en la “casa más famosa del país”, pasan los escándalos judiciales, las operaciones políticas para inclinar elecciones y los diarios reflejan, impúdicamente, los datos que difunde el Ministerio de Economía. Pasa la vida. Para esa televisión que necesita sangre, sexo, escandaletes de poca monta, mucha farándula y poca realidad, aquí van algunas ideas de nuevos programas: “Run for your life”: se trata de un programa en el que cinco francotiradores le dan un minuto de ventaja a un participante para que se interne corriendo en una selva del norte argentino. Después de ese minuto, los francotiradores salen a buscarlo, y en cuanto lo encuentren deberán dispararle. Si al término de una hora (de la que habrá que descontar las tandas publicitarias) no lo hallaron, el participante pasa de ronda. “Relájate y goza”: Tres participantes mujeres deben atravesar un baldío oscuro en la provincia de Buenos Aires. La que lo haga en menos tiempo, gana la prueba. Pero hay una trampa: un violador armado está oculto en algún lugar del terreno. Si consigue interceptar a la participante, la someterá salvajemente y, claro está, ésta quedará descalificada.
Algunas cosas estarán prohibidas: armar un reality con los pasajeros tomando un tren o un subte a las 8 de la mañana o sobre el calentamiento global. Ni hablar de chicos limpiando parabrisas o durmiendo en las plazas o en los umbrales de los edificios.
Los pobres están para consumir y darle número al rating. Sólo para eso.
Porque? Porque hay pocos canales gratuitos. Si tuviéramos 30 para elegir y estuvieran en distintas cabezas tendríamos distintas propuestas y así podríamos sobrevivir comiendo otra cosa.

Ruben S. Rodríguez

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