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La voluntad es el motor del cambio

Probablemente no haya sobre el planeta Tierra un combustible mayor que la voluntad. Se trata de un combustible que no genera luz, gas, ninguno de esos recursos que son simplemente visibles cuando se acciona una perilla.
Pero en sentido mediato, la voluntad (a la que también puede bautizarse con otros términos que, en este contexto, bien podrían ser sinónimos) es generadora de cada una de las cosas que los hombres, como individuo y como sociedad, producen sobre la faz de la tierra.
Llevado del plano teórico al práctico, habrá que decir que la voluntad surte un efecto movilizador por acción o por omisión. Pongamos, por caso, una situación típica. Una persona cualquiera concurre a una oficina pública a realizar un trámite burocrático, de esos que –según la administración pública- son imprescindibles para la vida pero que dejan esa sensación de inutilidad absoluta difícil de superar. “Falta el timbrado”, “¿el certificado por triplicado lo trajo?”, “este trámite se realiza de 7 a 8 y son las 8.05”, “se cayó el sistema”.
Esas y cientos de otras contestaciones con las que el ciudadano común se topa cuando enfrenta una oficina burocrática muestran, sin dudas, una voluntad: la de no hacer, la de obstaculizar. Cuesta tanto trabajo generar problemas como resolverlos. Lo que ocurre es que determinados estamentos de la sociedad (con la administración pública a la cabeza y con una gran ventaja) deben necesariamente emplear voluntad para generar problemas porque si no existieran tales problemas, ellos no tendrían razón de ser. La mejor definición de la administración pública podría ser “una fábrica de generar problemas para después resolverlos”. Con el agravante de que las soluciones son largas, tediosas y extremadamente complicadas. Esa definición forma parte de una lógica instalada desde siempre en la sociedad. Un paradigma que indica que todo lo burocrático y estatal debe ser tortuoso. Pero ¿qué ocurriría si alguien intentara cambiar ese paradigma?
¿Qué sucedería si alguien, empinado sobre la voluntad de hacer y no la de obstruir, rompiera ese círculo vicioso y lo convirtiera en el inicio de un virtuosismo generado en el “hacer”?
Seguramente deben existir decenas de ejemplos de que esto ya está pasando. Pero en lo que aquí interesa, en lo específico sobre lo que suele ocuparse R&TA, hay un ícono sobre el cual es necesario poner la lupa.
En diciembre de 2006 fueron presentadas ante las autoridades encargadas de administrar ordenadamente el espectro radiofónico aproximadamente 3.000 expedientes de aspirantes a una adjudicación definitiva de frecuencias. La cantidad asusta, porque cada expediente es una carpeta plagada de documentos, antecedentes, detalles técnicos, planes y proyectos. Todos ellos pueden ser absolutamente reales o bien la antesala de una estafa basada sobre la total falsedad de lo que se propone. Entonces es necesario estudiarlo, analizarlo, evaluarlo, chequearlo, comprobarlo y finalmente, decidir.
En poco más de seis meses, las autoridades evaluaron unos 2.200 expedientes. Evidentemente algún trabajo han realizado, porque no los aprobaron cual si se tratara de una máquina de fabricar churros. De los 2.200 evaluados, unos 1.500 tuvieron resolución positiva y los otros 700 están siendo, observados o desaprobados. Quienes hicieron ese trabajo son empleados públicos. Tan públicos como los que argumentan que “se cayó el sistema” para complicarle la vida a un ciudadano que debe hacer un trámite.
La diferencia está en la voluntad. El saber popular, ese que disparaban nuestras abuelas con una crudeza tan sólida que era imposible de rebatir, diría: “cuando quieren, pueden”. Es cierto: pueden, incluso, con poco personal. Esa es la situación real por la que atraviesan actualmente. Pero por un artificio mágico, están decididos a hacer bien su trabajo. Y pueden. Quienes estamos en el mundo de la radiodifusión tenemos aún muy fresco en la memoria el recuerdo de pretéritos cercanos en los que otras autoridades, con otras cabezas y seguramente otras intenciones, contrataban a ejércitos de empleados y hasta se auto destinaban un edificio anexo para realizar una tarea similar. La memoria también alcanza para evocar, con indignación, el resultado de aquellas gestiones: el presupuesto destinado a esas reparticiones totalmente consumido y el trabajo sin resolver. La ecuación da como resultado un gasto inútil, un despilfarro de dinero y sobre todo, de paciencia.
Hubo sólo un cambio de paragidma? Es decir, ¿se trató sólo de decir “ahora vamos a trabajar bien” para que las cosas comenzaran a funcionar? Claro que no. El paradigma cambió, pero la voluntad positiva estuvo acompañada de la comprensión. (Para comprender también hay que tener voluntad). Ante un escenario desbordado por la realidad, las cabezas actuales entendieron que la negativa como sistema y el obstáculo como herramienta sólo derivaban en hostilidades. En otras palabras: decomisando equipos y produciendo clausuras a granel nadie salía beneficiado. Donde hay una necesidad real, ¿por qué negar una licencia? De esa manera, además, sería más fácil administrar el aire, que es de todos.
Voluntad para comprender, voluntad para cambiar, voluntad para hacer. Este ejemplo –seguramente hay muchos más- es la clara expresión de que una realidad diferente, mejor y eficiente, que dé respuestas a los reclamos cuando los reclamos merecen respuestas, es posible. Sólo es cuestión de encontrar las agallas necesarias para tomar la decisión. Y decidirse.

Ruben S. Rodríguez

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