Periodista
o novelista
La
creatividad es una virtud siempre y cuando esté aplicada a actividades
que la resalten como valor. Por ejemplo: una agencia de publicidad no
podría funcionar sin ejecutivos creativos que hallaran la forma
exacta de impactar en los potenciales clientes explotando su deseo para
conducirlo a consumir lo que promueve. Pero en ese caso, la creatividad
debería observar un límite ético. Promocionar un
jabón en polvo, una empresa de telefonía o un partido político
debería respetar, como regla básica, que la publicidad se
base sobre una verdad. Que el jabón lave más blanco, que
la empresa de telefonía comunique bien, que el partido político
se proponga cumplir con lo que anuncia. Sería el correlato básico,
sincero y honesto entre la creatividad y la verdad.
En otras actividades, la creatividad es un valor empíricamente
puro y económicamente respetado. Por caso, un arquitecto que, creativamente,
descubra la ecuación exacta para que un edificio tenga determinadas
condiciones de seguridad y solidez, será un arquitecto exitoso.
El catalán Gaudí construyó en pleno corazón
de Barcelona una casa, La Pedrera, que no necesita de refrigeración
artificial alguna porque la disposición geométrica de sus
aberturas, conjugada con la circulación del aire, permite que el
lugar conserve una temperatura agradable aún en días tórridos
o gélidos.
Como la mayoría de las cosas en esta vida, la creatividad no es,
en sí misma, ni buena, ni mala.
Depende, básicamente, de la utilización que de ella se haga.
Un cuchillo no es en sí sinónimo de asesinato; bien puede
serlo de disfrute de una buena comida. Todo depende de lo que la mano
que lo ejecuta decida hacer con él.
La creatividad es, también, una virtud para los medios de comunicación.
Concretamente, para los periodistas, la creatividad, utilizada con sentido
de mejoramiento y enriquecimiento de la verdad, podría permitir
marcar la diferencia entre un cronista común de lo cotidiano y
un Gabriel García Marquez o un Mario Vargas Llosa.
La creatividad, conjugada con el talento, convierte a un periodista común
en un Antonio Pérez Reverte. También existe el camino inverso,
en el que la falta de creatividad y la vulgaridad terminan poniendo en
pantalla a algún movilero semianalfabeto preguntando irrespetuosamente
estupideces al premio Cervantes de Literatura Juan Gelman.
En definitiva, el periodismo, como toda actividad humana, está
abierto a la creatividad. Pero como en el caso de la publicidad, es necesario
respetar un prurito ético que, a modo de escrúpulo, prohíba
so pena de destierro de los medios inventar una noticia.
Muchas veces en las redacciones ocurre que un hecho que se perfila como
gran noticia termina desvirtuándose y convirtiéndose en
trivial y carente de interés. El periodista, entonces, se siente
frustrado. Hay quienes, probos, aceptan la frustración traducida
en derrota en términos de primicia. Pero también hay réprobos
que no se resignan e inventan una noticia donde no la hay.
El nivel intelectual es tan pobre que una noticia inventada puede ser
el tema del día, de un día cualquiera de la semana, de una
semana cualquiera... y así.
Una vez más habrá que reivindicar como pilares de la actividad
periodística tres valores básicos: informar, formar y entretener.
Si a cada uno de estos pilares se les agrega una dosis razonable de creatividad,
tanto mejor.
Pero la creatividad es como la sal. A la comida sin sal le falta algo,
pero la sal sola es incomible.
La creatividad, en síntesis, debe conjugarse con responsabilidad.
También con seriedad. Pero sobre todo, y fundamentalmente, con
«honestidad» intelectual. De esos valores, cada vez más
a menudo, prescinden los medios de comunicación.
Ruben
S. Rodríguez
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