¿Improvisación
o periodismo?
Los
medios de comunicación no pueden estar en manos de cualquier improvisado.
Son una herramienta de educación y cultura demasiado importante
como para dejarlos librados a la aventura de un empresario acaudalado,
de un fundamentalista de causa de cualquier tipo, de un dogmático,
de un fanático, de un desequilibrado.
Para acceder a un medio de comunicación es necesaria, de mínima,
una formación profesional y un equilibrio personal que posibilite
un uso adecuado de esa herramienta de cultura. Porque en caso contrario,
esa herramienta bien podría convertirse en un arma, que hasta podríamos
llamarla de destrucción masiva.
No obstante, pareciera surgir aquí una contradicción con
algunos postulados que se han emitido desde estos mismos editoriales en
oportunidades anteriores. Desde aquí se insistió en la necesidad
de democratizar los medios de comunicación y posibilitar el acceso
de todas las vertientes de la vida de la sociedad. ¿Existe, entonces,
una contradicción? Ciertamente que no. La democratización
de los medios no significa que cualquier incorporación con aires
de pretendida amplitud pueda y deba ser aceptada sin más. Porque
de allí a la deformación de los medios hay un solo paso
y –vaya aquí una advertencia- como colectivo ya hemos comenzado
a darlo.
Alentado por la proliferación de las cámaras ocultas que
causan impacto periodístico pero que, una vez llegadas a los tribunales,
tienen un efecto mucho menos trascendente (esta es la parte de la historia
que habitualmente no se cuenta), empresarios supuestamente extorsionados
por un secretario de gobierno en presencia del intendente, grabaron imágenes
y audio de “la prueba del delito”. Imbuidos de esa premisa
que parece indicar que todo debe ser rápido y efectista, editaron
imágenes y sonido y presentaron ante la justicia una producción
con subtítulos y todo. Copiaron, o peor aún, malcopiaron,
una técnica periodística de por sí cuestionable.
Tan cuestionable que la Justicia creó para subsanar eventuales
vicios de procedimiento, la figura del “agente provocador”,
de modo tal que hacer “pisar el palito” no sea lo mismo que
“empujar a pisar el palito”.
Lo grave del caso es que si efectivamente hubo un intento de extorsión,
sus responsables podrían quedar absueltos porque todo lo que se
hizo es nulo. Jugar a ser periodista, (juez o fiscal) no equivale a ser
periodista. Ya de por sí ser periodista es una tarea demasiado
complicada, y muchos de los que ejercen la profesión no están
ni por asomo a la altura de sus responsabilidades.
Desde los medios se alienta esa imitación de la función
periodística por parte del ciudadano común. ¿Qué
es, sino, esa convocatoria permanente de los canales a los ciudadanos
a que graben con sus cámaras digitales o teléfonos celulares
todo lo que vean de “llamativo” y lo suban al blog (nuevo
vocablo que será reconocido por la real academia dentro de unos
años) de las respectivas señales?
Se trata, a no dudarlo, de una posibilidad de achicar gastos y aumentar
beneficios. Cientos de miles de potenciales “pescadores de noticias”
trabajando gratis para un canal, con la sola retribución de la
mención cholula de su nombre asociado a las imágenes que
captó. Urge una ley que regule que cada secuencia fílmica
tomada por un particular y emitida por un canal debe ser pagada cual si
se tratara de un informe propio. Porque en caso contrario se está
explotando la ingenuidad de la gente. Y, también, se está
propiciando la denuncia por la denuncia misma o, peor aún, forzar
y hasta fraguar una situación noticiosa para aparecer (gratis,
además) en la televisión.
Lo más alarmante de estas situaciones es que los medios –que
no están en manos de improvisados, sino de gente que sabe muy bien
a quién sirven cuando se alzan las banderas- reservan para sí
el tratamiento de esos elementos noticiosos.
La objetividad periodística, lo hemos dicho cientos de veces, no
existe. Pero también hemos dicho que si bien las opiniones son
libres, los hechos son sagrados.
Que fuerzas militares colombianas invadieron territorio ecuatoriano para
matar a guerrilleros de las FARC es un hecho. Sobre él se puede
opinar y analizar cuanto se desee, pero lo que no se puede es desvirtuar
que eso ocurrió de esa manera.
Los medios, como empresas que venden entretenimiento e información,
no pueden en modo alguno estar habilitados a la manipulación de
los hechos. No deben beneficiarse gratuitamente de las inquietudes de
su público, ni deben fomentar la delación fotograbada como
forma de suplantar a los periodistas y, peor aún, a la justicia.
Nos acercamos peligrosamente al umbral del no retorno. Cuando la Biblia
y el calefón se conviertan en una misma cosa y ya no se las pueda
distinguir, no habrá espacio para más. No habrá a
quién creerle, no habrá a quién respetar, no habrá
espejo en el que mirarse. La verdad habrá dejado de ser un valor.
Tal vez ya haya ocurrido, y sólo ahora empecemos a tomar conciencia.
Ruben
S. Rodríguez
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