El
cambio ¿es de fondo?
Rúben S. Rodríguez
rsr@rt-a.com
Otra
vez sopa! La renuncia reciente del interventor del COMFER
y la designación de su reemplazante abrieron en el
espectro radiofónico un escenario harto conocido,
harto padecido, harto repetido pero nunca superado. Cual
si se tratara del mito de Sísifo -ese personaje de
la mitología griega condenado a empujar una piedra
hasta la cima de una colina y cada vez que está a
punto de alcanzar el objetivo la piedra se desbarranca y
debe recomenzar la tarea- la dimisión de Julio Bárbaro
reabrió todos los frentes.
No se trata de reivindicar exageradamente lo actuado hasta
aquí. Ni por la gestión de Bárbaro,
ni por ninguna de las anteriores. Porque más allá
de las buenas intenciones e incluso buenos proyectos, lo
cierto es que por alguna razón muchas de esas iniciativas
no se vio concretada.
Típica actitud gatopardista de simular que todo va
a cambiar, fingir una estética de cambio y, finalmente,
dejar todo tal como estaba (aunque con una pátina
de maquillaje que incluye hilos de platino), cuando ya pasó
un tercio de 2008 y sigue vigente la vieja ley 22.285, la
vieja normativa sancionada por la dictadura hace tres décadas.
¿Cabe alguna duda de que la sociedad argentina cambió,
y mucho, en los últimos 30 años? En ese contexto
de cambios, ¿a alguien se le escapa que los medios
de comunicación experimentaron el cambio más
vertiginoso? Términos como “teletipo”,
“radiofoto”, “telefoto”, “vía
satélite”, “estación terrena de
Balcarce”,”la maquina de mirar”, parecen
escapadas de la prehistoria. Y sin embargo eran la avanzada,
la tecnología de punta de los medios de comunicación
hace 30 años, cuando un gobierno ilegítimo
sancionó una ley para regular el espectro radiofónico.
Hoy estamos hablando de comunicación en términos
de velocidad de transmisión de datos, y la carrera
acorta distancias con tal desparpajo que ya no parece imposible
-aunque materialmente lo siga siendo- que una persona esté
en dos lugares al mismo tiempo. La experiencia de brindar
una conferencia mediante un holograma permite hoy estar
en dos sitios simultáneamente. Es la era virtual.
La “aldea global” de la que hablaba el viejo
profesor Marshall McLuhan, acaso el mayor visionario del
Siglo XX en materia de comunicación.
Ante este escenario, la Argentina mantiene vigente la ley
22.285 que, aunque modificada hasta el hartazgo, sigue estando
firmada por Videla. La realidad impone su pulso y el despropósito
cae por su propio peso. En consecuencia, mientras no hay
nueva ley de radiodifusión, todos violan la vieja
norma-. Es una práctica común, frecuente y,
en algunos casos, hasta necesaria.
Los medios atraviesan una crisis de tal magnitud, que la
sociedad les suele encontrar roles que no le corresponden.
Y con posturas extremas, además: o son los fiscales
y jueces, encargados de poner Justicia donde la señora
de los ojos vendados no llega, o son los culpables de todos
los males, los demonios que intentan ajar la imagen de un
gobierno, de una corporación, de un club o de una
actividad.
Es tan funesto que el gobierno cree un “observatorio”
de medios y que sus principales espadas hostilicen a periodistas
y dibujantes, como que los propios medios se erijan en la
voz de la conciencia colectiva y capitalicen desde la protesta
por la soja hasta los cacerolazos en Plaza de Mayo, desde
la indignación por los garabatos del INDEC hasta
la furia por las sanciones leves que padecen los barras
bravas por sus tropelías en los estadios de fútbol.
Los medios deben ser los garantes de una sociedad libre
e informada. En modo alguno su función puede ser
reemplazada por el sonido de las cacerolas o los mensajes
de texto. Ni acallados por la voluntad de un funcionario
disgustado con el cartero. La pluralidad en la obtención
de licencias es fundamental.
Pero para que eso sea posible es necesario -lo repetiremos
hasta el cansancio- una política de Estado. Que esté
más allá del funcionario de turno, del gobierno
de turno, de la ideología de turno.
Mientras eso no ocurra, seguiremos asistiendo impávidos
al cambio de funcionarios. Y el paso del tiempo nos pasará
por arriba. El tren de las comunicaciones nos arrollará.
Y quedaremos impávidos ante la noticia que un país
centro africano tiene televisión móvil y alta
definición mientras nosotros discutimos la necesidad
de una nueva ley.
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