No
llores por mí, tecnología
Para
el ciudadano común, subirse al escenario que propone
la carrera de la evolución tecnológica es
imposible; tanto, como disputar con éxito la prueba
del maratón en los próximos juegos olímpicos.
Pero el ciudadano común ocupa un espacio en la sociedad
que, sumado al de otros millones de pares, constituye un
“colectivo” que manifiesta necesidades que son,
ante todo, responsabilidad de los gobernantes y legisladores.
Ellos, que también son hombres (y mujeres) comunes,
tienen una misión superior para la que han sido elegidos:
prever, con sentido de estadistas, lo que va a ocurrir en
las próximas generaciones, y obrar en consecuencia.
El hombre común no puede prever ni participar de
la carrera por la tecnología. Pero los gobernantes
tienen la obligación de hacerlo. En la medida de
lo posible, adelantándose a los acontecimientos y
no corriéndolos desde atrás.
Ciertamente esto casi no ha pasado, o ha pasado muy poco,
en la Argentina, que conocemos porque en ella nos toca vivir.
En un país en el que las ciudades se fundan, crecen
y se desmadran sin un mínimo sentido de planificación,
es natural que a la hora de elegir una norma para la señal
de TV color se tomaron decisiones que debieron haber merecido,
por lo menos, un poco más de reflexión y fundamentos.
La carrera por la tecnología está poniendo
a la Argentina nuevamente ante un escenario de decisiones
trascendentes.
Para quienes ayer amanecimos sorprendidos, estupefactos
y –también- maravillados por la existencia
de los discos compactos, hacernos a la idea de que esa tecnología
ya es vieja, obligándonos a una adecuación
mental y emocional que todavía resulta difícil.
Pasar del disco de pasta al cassette, por ejemplo, llevó
medio siglo. Pasar del CD al mp3, menos de una década.
El CD quedó atrás, y si bien aún esboza
algunos estertores –a diferencia del pesado walkman
con cassettes, que ya son casi una reliquia de museo- lo
cierto es que la vorágine es tan veloz que ni siquiera
su sucesor puede disfrutarla.
El formato mp3, que primero metió en un CD, en el
que antes cabían 15 canciones, la discografía
completa de un artista, empieza a recorrer el camino del
epílogo de su vida útil. Ya está siendo
desplazado por los mp4 o por los PVR (personal video recorder)
que graba en directo de la TV, el programa favorito, lo
guarda imperceptible en un bolsillo y permite verlo en la
pantalla del MP5. O un teléfono celular que cada
día es más pequeño, pesa menos, pero
pronto nos comunicará con la estación espacial,
Marte o Júpiter.
La carrera tecnológica está golpeando a la
puerta, también (acaso principalmente) de la radio
y la televisión. El proceso es más lento,
es cierto, pero no por ello podrán los “estadistas”
desentenderse del desafío en pos de la coyuntura.
Cuando nació la Frecuencia Modulada, las emisoras
de Amplitud Modulada se vieron obligadas a montar las estaciones
que pusieran al alcance de los ciudadanos comunes los beneficios
de esa nueva tecnología. Y más tarde, también
por obligación, forzada por el mercado, desdoblaron
las transmisiones para que los oyentes tuvieran acceso a
un sonido de una fidelidad desconocida hasta entonces.
En los 90, favorecidos –entre otros múltiples
factores- por los equipos que se abarataron sensiblemente,
miles de emisoras de FM nacieron, legales o ilegales, para
satisfacer una demanda incipiente de los oyentes, que accedieron
así a nuevas voces, opiniones y otra música.
Se avecina una era completamente digital, en la que todo
se podrá multiplicar, fundamentalmente las emisoras
de radio y de TV. Se podrán multiplicar de una manera
y con una calidad inimaginable para el hombre común
del que hablábamos al principio.
Los involucrados parecen no entender de qué se trata.
Especialmente la oposición. Siguen discutiendo sobre
una ley de radiodifusión sometida a los vaivenes
del interés político cortoplacista, para reemplazar
a otra norma que tiene más de 30 años de antigüedad
–no de “vigencia”- y a la que todos violan.
El país necesita una nueva ley de radiodifusión
clara, concreta y pensando en el futuro. La legislación
que surja hoy sobre radio digital podrá ser completamente
operativa en el lapso de una década. La TV digital
(abierta y gratuita), sobre la que se viene discutiendo
hace más de diez años, sólo llegaría
a la Argentina en un lustro.
Para sancionar una ley con alcance a diez años (que
en materia de carrera tecnológica equivale hoy a
varios siglos del pasado) se requiere una condición
de estadista. No obstante, el desafío está
allí. Si estuvieran a su altura, los gobernantes
y o legisladores pasarán a la historia como hacedores
de un futuro. Si fracasan, nos perjudicarán a todos
por varias generaciones. Y, como suele ocurrir en estos
casos, no habrá Dios ni Patria que se lo demanden.
Rúben S. Rodríguez
rsr@rt-a.com
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