Los locos del campanario

Ahondar las formas de difundir el Evangelio 2.000 años después de Cristo puede ser un desafío a la búsqueda de técnicas tradicionales o a la inventiva y creación de nuevos y modernos recursos de información y comunicación.

Sin duda que desde las cartas del Apóstol Pablo y sus exhaustos viajes por tierra y por mar sorteando las persecuciones de los romanos ha sido un reto para cualquier cristiano no sólo de la antigüedad, sino también de cualquier momento de la historia, transmitir a otros nada menos que la buena noticia de la salvación. Durante siglos la expansión del cristianismo se realizó de boca en boca, y no necesariamente fue propagado por el uso de los elementos técnicos.

Cuando Johans Gutenberg desarrolló la imprenta, Europa ya estaba evangelizada y los nuevos libros afianzaron todo un trabajo milenario. Luego, con los viajes de los españoles, portugueses, franceses e ingleses a América se consolidó el traspaso y la propagación del cristianismo al nuevo mundo, con predominio de la tradición oral.

Aún hoy definir la forma más eficiente de comunicar la palabra de Dios provoca un gran debate entre los especialistas de la comunicación y principalmente entre la jerarquía donde más allá de los temas dogmáticos, se aprecia una diversidad de criterios y situaciones particulares.

Sin dejar de denotar que tal vez existan más preguntas que respuestas y que la acción de quienes han difundido el Evangelio con éxito deben engrosar la lista de los alquimistas de la comunicación que buscan fórmulas complejas, cuando la química del mensaje debe ser tan simple como las cartas de San Pablo.

En el marco que se describió anteriormente hay una realidad que no deja de existir a días de comenzar un nuevo milenio. Y es que es imperativo reconocer que hay insuficiente aprovechamiento de las ocasiones de comunicación que se le dan a la Iglesia en los medios ajenos y utilización incompleta de sus medios propios, con ciertas dificultades para que estos se integren entre sí y en la pastoral de conjunto. No obstante el mosaico de experiencias de las radios, desde las emisoras de ARCA se viene luchando hace más de una década por la búsqueda de un acercamiento de la Iglesia con la gente, utilizando los recursos más adecuados para llegar a todos. Al igual que San Pablo sus productores salen a navegar por mares desconocidos tratando de estrechar vínculos sociales con los oyentes sin descuidar el esmero por el lenguaje y las apetencias culturales.

También existen muchas experiencias de productores, periodistas y locutores que en medios privados insertan su testimonio de vida cristiana y eficientemente contribuyendo desde su lugar en la formación de una sana opinión pública.

Por último, el funcionamiento de las radios católicas demandó muchos esfuerzos, tanto en el plano jurídico y técnico como en el económico. Sin dejar de mencionar disputas internas entre los miembros del Consejo Pastoral, e inclusive entre clérigos. No todo el pueblo de Dios entendió la presencia y el uso de las radios y así como apodaron "los locos de la azotea" a Susini y sus amigos en la primera transmisión de radio del mundo, algunos sacerdotes y fieles fueron recordados como "los locos del campanario".

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Por Pablo Demkow