Los tiempos corren cada vez más rápido. O, por lo menos, eso parece. A finales del siglo XIX, cuando la Argentina vivía al influjo de la controvertida pero prolífica “Generación del ’80", los diarios hicieron irrupción en la vida cotidiana de todos los hombres y se convirtieron en un elemento de consumo popular. Según cuàl sea el patrón filosófico desde el que se parta, la necesidad de información fue la que impulsó la aparición de los medios, o bien una decisión de marketing (palabra que seguramente por aquella época no se conocía) alumbró un nuevo elemento de consumo y encontró una nueva veta en los emprendimientos económicos. Sea cual fuere la teoría acertada, allí estuvieron los diarios. Y con ellos, una suerte de revolución cultural que acercó el mundo a cada hogar. Después aparecieron los diarios sensacionalistas, una deformación de lo que pretendió ser el periodismo desde un punto de vista empírico. Nada es perfecto. Después, sucesivamente, aparecieron la radio -hace apenas unos meses celebrò su centenario-, luego la televisión (con sus gigantescos cajones a válvulas), los televisores portátiles, las radios pequeñas, la irrupción de las FM como alternativa, la TV por cable, las FM de bajo costo, la TV satelital... En un siglo, poco más o menos, en tiempos que se fueron acortando cada vez màs, el futuro llegó sin pedir permiso y se instalò en cada casa como un inquilino (habría que decir “como un dueño”) más. Hace algunas semanas, una noticia que pasó casi inadvertida, volvió a meterse en la vida de cada uno de nosotros. Nadie ha comprendido, hasta ahora, cuánto se ha metido esa noticia en nuestras vidas. Una nueva tecnología desarrollada en Estados Unidos le otorga al hombre el poder de controlar la luz, detenerla, conservarla y lanzarla a placer, derribando así una crucial barrera del conocimiento para crear sistemas de comunicación a altísima velocidad e imposibles de violar. Al mismo resultado arribaron dos grupos distintos de científicos, apuntando rayos láser de una cierta frecuencia en contenedores llenos de un gas que absorbe la luz y la libera cuando es nuevamente irradiado con láser de una frecuencia ligeramente diferente. Se conoce ya en detalle el estudio de los astrofísicos Ronald Walsworth y Mikhail Lukin, del Centro Harvard-Smithsonian, que será publicado en el próximo número de la revista Physical Review Letters. Sin embargo, poco y nada se sabe del estudio de Lene Vastergaard Hau, de la Universidad de Harvard, que aparecerá poco después en la revista Nature. En su trabajo, Walsworth y Lukin se refieren explícitamente a un método usado en el pasado por Hau y a los resultados por él alcanzados. El secreto de la nueva técnica radica en el rubidio, un gas alcalino reactivo y naturalmente opaco , que es utilizado en la industria para la producción de determinados tipos de vidrios y cerámicas. Cuando se apunta un rayo láser con una frecuencia preestablecida en el rojo oscuro en un ambiente saturado de rubidio, el gas absorbe la radiación luminosa y la memoriza, cambiando la angulación de sus propios átomos, de modo tal de derivar en una nueva orientación espacial que permite conservar la luz en esta suerte de nueva estructura. Pero esta estructura vuelve a su estado original, liberando la radiación absorbida, cuando el gas es nuevamente iluminado mediante láser con una frecuencia ligeramente modificada. El descubrimiento permitirá utilizar la radiación luminosa de la misma manera que hoy se utilizan los impulsos electromagnéticos, de tal forma de crear circuitos con capacidad de transmitir gran cantidad de información en más direcciones, todo al mismo tiempo y a la velocidad de la luz, esto es unos 300.000 kilómetros por segundo. Ello podría derivar, como resultado directo, en computadoras operando a velocidades impensables en la actualidad, y -además- a prueba de intrusos o hackers. En teoría, ya es posible realizar circuitos como los descriptos, pero organizarlos y articularlos en redes de computación requiere de dispositivos que todavía no fueron diseñados pero que a partir de esta nueva técnica, predicen los expertos, no será una tarea demasiado complicada. Ya está. Lo hizo de nuevo. El futuro se metió en nuestras vidas sin pedir permiso. La ciencia dominó la velocidad de la luz y ahora, con el secreto bajo el brazo, va a utilizarla para hacer de las comunicaciones, una vez más, un fenómeno capaz de imprimirle a los tiempos su sello indeleble. Como hace màs de un siglo, como siempre.
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