Editorial

Guerra, medios de comunicación y censura

A menudo los cambios son un síntoma de evolución. Cambiar significa corregir, modificar, enderezar rumbos, pero también mejorar lo ya recorrido. Los cambios estéticos que el lector de R&TA observará desde este número responden precisamente a esa intención de mejorar lo hecho, de superar el nivel de calidad que ya habíamos alcanzado y, por sobre todo, de evolucionar. Pero los cambios también sirven para reafirmar conceptos que, si bien nunca estuvieron en duda, necesitan de vez en cuando una ratificación que resalte sus principales aristas. Para decirlo claramente, las mejoras estéticas que presenta R&TA desde este número están apuntadas a resaltar la luz y no a ocultar el contenido. Por eso cambia la presentación, mas no cambia la esencia. Por el contrario, se reafirma en las modificaciones de formato. Pese a su temática específica, esta publicación no vive aislada de la realidad que la circunscribe. La larga introducción viene a cuento de la necesidad de analizar brevemente lo que está ocurriendo con la libertad de prensa en el marco de la guerra desatada por Estados Unidos en represalia por los atentados del 11 de setiembre, y de qué manera esa nueva hegemonía política tiene correlato mediático en la Argentina. Las grandes cadenas televisivas estadounidenses decidieron, entre gallos y medianoche, autocensurarse por sugerencia del presidente George W. Bush, y esa decisión “superó” el primer desafío hace apenas algunos días. Tras el primer mensaje intimidatorio de Osama Bin Laden, advirtiendo que “Estados Unidos está lleno de miedo y no volverá a sentirse seguro mientras el pueblo islámico no lo esté”, Bush sostuvo que la TV norteamericana debía tener cuidado al difundir esas imágenes porque -argumentó- podían contener mensajes cifrados aprovechables para supuestas células terroristas diseminadas por el mundo. La curiosa interpretación tuvo su inmediata respuesta por parte de las grandes cadenas, que resolvieron censurar los pocos mensajes públicos que emiten los Talibán. Ese presunto sentido de patriotismo de los medios norteamericanos no debe llamar a engaño. No se trata de responsabilidad sino de obsecuencia; no hay cuestiones de seguridad suficientemente justificadas sino una actitud amanuense que probablemente persiga otros intereses, seguramente menos “patrióticos” que los declamados. El periodismo no es una profesión sino una actitud de vida. Debe observar los acontecimientos con espíritu crítico, llegar a los límites a los que el poder no quiere que llegue, destapar lo que está oculto, mostrar un mismo hecho desde distintos ángulos, poner la información en contexto, suministrar elementos de análisis. Ocultar parte de la información significa, lisa y llanamente, mentir. Si esa información puede voltear a un gobierno, igualmente debe publicarse. El gobierno caerá por el contenido de esa información -que está vinculado a sus propios actos- y no por la difusión. El nuevo concepto de información no sólo establece que los ciudadanos tienen derecho a saber la verdad, sino que -además- deben tener las manos libres para investigarla, procurarla por todos los medios que sea necesario, y difundirla. Argentina, claro está, no es Estados Unidos. Por ahora, no toma parte activa en los bombardeos sobre Kabul, y el maltrecho presidente Fernando De la Rúa aún no se animó a sugerir públicamente qué cosas se pueden contar y cuáles no. Sin embargo, hay información con la que los medios cuentan e, igualmente, pese a ser relevante, no la difunden. Contaremos sólo un ejemplo, que atañe al contenido temático de R&TA: el COMFER, a través de la conducción que asumió a fines de 1999, ha venido aplicando sanciones a distintos medios masivos de comunicación audiovisuales (radio y TV) por violaciones a los horarios de protección al menor y por otras infracciones a la ley de radiodifusión. Pero esa información, que R&TA publica hoy, no suele aparecer en los propios medios sancionados. Si la difusión de esa información generara mellas al prestigio, la credibilidad o, incluso, a la economía de esos medios, no es algo que a los ciudadanos, que tienen derecho a informarse, les importe. Un organismo público, ejerciendo su poder de policía que su propia naturaleza le otorga en defensa de la sociedad en su conjunto, produce hechos que no tienen difusión, no ya porque no le interesen a la gente, sino porque a los propios involucrados no les interesa darlos a conocer. Eso también es censura. Y, si bien se lo mira e interpreta, una violación al derecho establecido en la Constitución Nacional sobre la publicidad de los actos de gobierno. A nadie escapa que la libertad de prensa es hoy una entelequia, una suposición sólo aparente. Ningún medio -tampoco R&TA- está libre de presiones. La cuestión en discusión es cómo se las enfrenta o, en todo caso, cómo se convive con ellas. Un ex presidente estadounidense, Franklin Delano Roosevelt, decía que “se puede engañar a alguna gente todo el tiempo, o a toda la gente por algún tiempo. Lo que no se puede es engañar a toda la gente, todo el tiempo”.

Ruben S. Rodriguez
Editor
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