Editorial
Marshall McLuhan, un teórico de la comunicación del que hemos hablado en estas página en oportunidades anteriores, acuñó hace más de cuatro décadas un concepto futurista y visionario: “el medio es el mensaje”. Como todo adelantado a su tiempo, el viejo don Marshall, un canadiense que murió en 1980, no llegó a ver concretada en la patética realidad aquella máxima. McLuhan también parió el concepto de “aldea global”, algo así como una crónica marciana de Ray Bradbury pero acotada a los medios de comunicación.
Un concepto que, tal vez ni siquiera él lo sabía, estaba poniendo la semilla de la globalización que nació mucho antes en los medios que en la economía y la política. Y, de paso, dio origen a Internet.
Poco menos de medio siglo después de aquellas profecías, en este mundo global en el que un ciudadano de Alaska sabe minutos después que ocurra cuántos muertos dejó un terremoto en Japón, cada medio es un mensaje. Por cierto, un mensaje distorsionado de la realidad, mas rara vez la realidad misma.
La Argentina de hoy padece ese maleficio. Digámoslo claramente: el periodismo en nuestro país es cada vez menos independiente, cada día un poco menos veraz y fundamentalmente, a cada minuto un poco más irresponsable. Cientos de noticias que, desde la lógica común, revisten interés para “la gente” (ese concepto tan difuso del que parece haberse apropiado el principal multimedio argentino) no aparecen en los diarios, las radios y la TV. Y como impone la impronta de estos tiempos, si no pasa en los medios, no pasa. Aunque efectivamente haya pasado e influya en el día a día de cada ciudadano.
La comunicación social en la Argentina se ha vuelto, en los últimos tres lustros, absolutamente oligopólica. Unos pocos concentran todos los medios de difusión, manipulan el mensaje, lo adecuan a sus intereses -que generalmente no son los intereses comunes de la sociedad- y los utilizan como herramientas para constituirse en eso que eufemísticamente todos llamamos el “cuarto poder”.
Poder que, por cierto, es mucho más cínico que cualquier otro del orden republicano. Cuando un medio de comunicación dialoga con un presidente, lo amenaza diciendo que “representa a la opinión pública”, pero cuando busca un aviso publicitario ante una empresa, se sincera y reconoce que “forma a la opinión pública”. En consecuencia, la opinión pública no existe; ha dejado paso a la “opinión publicada”. Otra vez: las cosas sólo pasan si los medios las reflejan.
Pero las cosas pasan igual, porque tienen una dinámica que no entiende de esos avatares en los que pretenden encerrarlos los dueños de la comunicación. Es inexplicable que los cacerolazos, escraches, repudios y muestras de hostilidad que sufren políticos, jueces, sindicalistas y hasta dirigentes sociales y de derechos humanos, no haya llegado aún a los medios de comunicación, acaso principales responsables de que esos mismos políticos, jueces, sindicalistas hayan podido llevar a cabo las tropelías por las que hoy la sociedad los rechaza.
En ese escenario, el ciudadano común está desprotegido. La ecuación es sencilla: desde las escuelas, desde la primera infancia, se desalienta el pensamiento crítico a fuerza de un sistema educativo que continúa siendo represivo, cuando no desinteresado. En la etapa típica de la rebeldía, a los jóvenes se los bombardea con banalidades que les tapan los ojos, los oídos y las neuronas. Si alguna quedó en pie, no faltará cocaína para quemarla. Para reducir costos, el sistema de empobrecimiento a que está siendo sometido el país, cortó el potencial problema de raíz: millones de chicos apenas comen y, en lugar de ir a la escuela, cirujean por las noches y duermen en la calle cuando el frío se los permite.
Sólo hay una salida para romper el círculo vicioso: nuevos medios de comunicación, plurales, inspirados en intereses comunes a la sociedad y no solamente en la construcción de poder a partir de fabulosas chequeras. También allí hay un ataque artero. La ley de radiodifusión jamás saldrá del Congreso, los medios seguirán en manos de las mismas pocas manos en las que están hoy y si alguno intentara romper esa telaraña, el propio “sistema” se encargará de asfixiarlo, segregarlo y, finalmente, matarlo. Ningún medio independiente realmente, por pequeño que sea, tiene cabida en la Argentina de hoy.
Desde los medios también se hace patria. Sólo que también en los medios, como en cada aspecto de la vida nacional, si algo escasea son los patriotas. Con una cámara o un micrófono haga patria. No se deje acallar.
Ruben S. Rodriguez
Editor
ruben@rt-a.com