EDITORIAL

Boicot a los medios que proponen basura

Alguna vez hemos narrado, en estas mismas páginas, lo que en la génesis del retorno a la democracia, en 1984, se denominó la “discusión nuevediario”. Periodistas, filósofos, teóricos de la comunicación, pensadores y toda persona relacionada con la cultura y los medios debatían por entonces, sobre el indudable y nefasto ícono que significó el noticiero del por entonces Canal 9 de Alejandro Romay, cuál debía ser el modelo de comunicación para el nuevo tiempo que comenzaba. La pregunta era, básicamente: “¿al público hay que darle lo que pide o los medios deben proponer canales de discusión, participación, información y educación para mejorar a la sociedad?”. La discusión se saldó rápidamente. Los medios de comunicación son, en esencia, empresas que buscan un rédito comercial. Y Nuevediario tenía un rating descomunal y facturaba por entonces más dinero que el resto de los canales juntos. Así, la discusión filosófica desapareció de la faz de la tierra, de estas tierra, por lo pronto. En la Argentina siempre hubo TV basura. Pero aquella bisagra en los albores de la democracia marcó a fuego el futuro. Si desde dos puntos ubicados en un mismo lugar, uno traza una línea recta y otro una oblicua, en los primeros segmentos la diferencia que separará a una de la otra será estrecha. Pero visto en perspectiva -es decir, con el avance de las líneas o el paso del tiempo- la distancia se transformará en abismal. En este punto estamos. Aquella discusión que se “malresolvió” hace casi dos décadas derivó en esta aberración de los medios en la que vivimos hoy los argentinos. Craso error cometen los que suponen que lo que ocurre hoy en la TV es producto de una lucha despiadada, inmoral e inescrupulosa por un punto más de rating. Esa es una visión sesgada y parcializada de la realidad. Lo que realmente está en juego es más que eso: en el fondo, como en la mayoría de las cuestiones vinculadas con el deformado género humano, lo que domina es el dinero. Un punto más de rating sería un objetivo atendible si con eso se persiguiera una sociedad mejor, pero lo único que realmente se está persiguiendo es una mayor facturación publicitaria, en un mercado que en los últimos años se desplomó vertiginosamente. A eso se le suman los intereses espurios -que también mueven dinero, y mucho- en el que se debaten los medios. En toda esta filípica, en ningún momento aparecieron términos básicos en la comunicación social: verdad, honestidad, pluralismo, imparcialidad, educación, respeto... Desde algunos sectores se propone la falacia de contraponer a los canales que se nutren de talk-shows y programas denigrantes contra Canal 13, que los tiene en menor medida, porque precisamente el 13 es el canal que lidera la tabla de los ratings. Un trozo de vidrio verde, aún cuando esté pulido y presentado en un estuche coqueto, nunca será una esmeralda. Aunque lo parezca. Existe, sí, un fenómeno saludable. El índice de encendido de los televisores desciende en forma proporcional al encendido de las radios. La duda que comienza a jaquear a quienes queremos medios de comunicación mejores es por qué ocurre eso. ¿Se trata de la opción por algo mejor? ¿O todo se reduce a que la radio no tiene imágenes, y por ende no se ven cuerpos mutilados, golpes bajos, procacidades a toda hora? ¿Será acaso que los oídos sienten menos que los ojos? Sea como fuere, queda claro que tal y como están las cosas el camino que están recorriendo los medios lleva hacia un único destino: el abismo. Desde R&TA queremos fijar postura sobre este escenario. Y por eso, desde estas páginas se reclama la reapertura de aquel viejo debate de 1984, pero con una participación activa total: público, docentes, periodistas, estudiantes, expertos, religiosos de todos los credos. Cada aula, cada claustro, cada café, cada asamblea barrial, cada institución intermedia, cada ONG, debe ser una caja amplificadora de ese debate, que no debe agotarse sólo en la polémica vacua sino en la toma de medidas concretas. La primera de ellas, el boicot a los medios que proponen basura. La otra medida que parece indispensable es una mayor acción del Estado (la “comunidad jurídicamente organizada”) en el control de los medios. No se reclama censura sino sanciones. Que cada medio emita lo que quiera, pero que el Estado, que debe protegernos a todos, aplique multas no redimibles por segundos de publicidad.

RUBEN S. RODRIGUEZ