Una
cuestión pendiente
Algunos
medios de comunicación publicaron recientemente, como una interpretación
de la realidad política de la Argentina de estos días, que
el gobierno que encabeza Néstor Kirchner está decidido a
desterrar de la faz de esta tierra cualquier vestigio de “menemismo”,
ese vocablo incorporado al diccionario popular con múltiples y
contradictorias definiciones.
Los opinologos de los grandes diarios, los columnistas de las radios y
de la televisión creen ver esa intención detrás de
cada gesto rimbombante que produce el Gobierno: la suspensión del
ministro de la Corte Suprema Eduardo Moliné O´Connor, la
acusación de “narco-democracia”, las purgas en las
fuerzas de seguridad, la derogación de leyes de impunidad y el
encarcelamiento de funcionarios que fueron íconos de la década
1989-1999.
Nadie, hasta ahora por lo menos, ha buscado esa misma intención
en el manejo de la radiodifusión argentina. Más allá
de algunas decisiones que parecen acertadas (la designación de
la periodista Mona Moncalvillo al frente de Radio Nacional) y otras que
desconciertan (los contactos con Marcelo Tinelli para explotar Canal 7,
la presión para que el CEI transfiera una frecuencia), lo cierto
es que el Gobierno aún no ha mostrado claramente qué quiere
hacer con la radiodifusión local.
Pasan los meses, se suceden los hechos políticos, las decisiones
anunciadas con pompas y platillos, pero lo que en estas páginas
se viene reclamando desde el desembarco de Kirchner en la Rosada sigue
sin resolverse. Parece una contradicción que un gobierno que se
proclama campeón de la defensa de los derechos humanos omita tratar
seriamente la cuestión de la comunicación social, un derecho
humano universal y fundamental, probablemente anterior a cualquier otro.
Como sociedad, la palabra nos aproxima, nos revela, nos desarrolla, nos
hace mejores hombres. La comunicación nos humaniza. ¿El
Gobierno no lo entiende? Así parece: no ha adoptado ninguna postura
respecto de la ley de Radiodifusión, no agiliza la normalización
del espectro y, para colmo de males, adopta en la Justicia actitudes que
no llegan a comprenderse.
En junio pasado, el juez federal del Chaco Rubén Skidelski dictó
una medida cautelar mediante la cual dejó sin efecto un avasallamiento
del poder centralizado y unitario sobre los medios de comunicación
(y las necesidades sociales y culturales) de varias poblaciones chaqueñas.
Entre otras cosas, abrió el juego a sociedades locales para la
explotación de frecuencias de radio y televisión, y mediante
una medida cautelar prohibió que Canal 7 instalara allí
sus repetidoras que probablemente hubieran establecido una situación
de desigualdad entre la oferta local de contenidos y la que se enviaría
desde Buenos Aires.
El Estado nacional apeló esa medida y, en consecuencia, el amparo
que dispuso el juez no se cumplió, pero tampoco ninguna otra. Así,
el derecho humano a la comunicación de esos argentinos que viven
en el Chaco se vio cercenado, recortado, frustrado.
Lo que se está pidiendo, en este y en otros casos, es que el Estado
administre a favor del pueblo; que la Justicia dicte fallos pensados en
favor del bien común y que senadores y diputados honren el mandato
que les dio la ciudadanía con su voto.
Entre el “deber ser” y el “es” media un zanjón
profundo, el mismo que apenas ayer hizo estallar a la sociedad al grito
de “que se vayan todos”. No se fueron y hoy, en las sombras
algunos logran su provecho…
La Corte Suprema de Justicia acaba de dictar fallos ejemplares en los
que democratiza la propiedad de los medios de comunicación. Pero
sea quien fuere el titular del medio, si no logramos que se rinda culto
al pluralismo, los voraces dueños de la comunicación y el
pensamiento en la Argentina aplicarán de nuevo su vieja máxima:
“hecha la ley, hecha la trampa”.
La ley de Radiodifusión seguirá esperando en vano, los dueños
de los medios grandes fagocitarán a los chicos, la comunicación
quedará en manos de los grupos de poder, el Estado seguirá
mirando para otro lado y, como consecuencia, tendremos cada día
una sociedad más bruta, menos pensante, más fácil
de dominar, engañar, sojuzgar.
El gobierno de Néstor Kirchner parece olvidar que uno de los poquísimos
errores que reconoció públicamente Carlos Menem fue, precisamente,
haber permitido la creación de monstruosos multimedios alejados
de la democracia.
Esos medios lo hicieron “gracias a Menem”, pero lo hubieran
hecho también “a pesar de Menem” o de quien fuera.
Si lo que se quiere es desterrar los vestigios de aquella década,
democratizar y hacer justicia, lo peor que puede hacer el actual gobierno
es mirar para otro lado.
El Presidente no deberá perder de vista este objetivo, habrá
que darle una mano, porque allí radica buena parte de su paso a
través de la historia: si lo hace, será un estadista; si
lo omite, también él será parte de una política
“desgastada”.
Ruben
S. Rodríguez
ruben@rt-a.com
|