--R&TA | EDITORIAL
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Una guerra por ganar

El reciente fallo de la Cámara del Crimen que escandalizó a la sociedad argentina al restringir prácticamente a su mínima expresión la prisión preventiva, contiene semillas de enormes verdades que nos ponen frente a un espejo que devuelve una imagen de hipocresía.
Un párrafo del voto del camarista Edgardo Donna alude a la situación de riesgo en que se encuentran niños y adolescentes. Sostiene textualmente: “Las conductas que en ellos aparecen como asociales no son otra cosa que lo que está latente en el mundo de los mayores. Véase sino cómo Se fomenta el aumento del consumo del alcohol en los deportes, del cine, la televisión y de los juegos para computación llenos de violencia, en donde no hay diferencia entre el bueno y el malo porque todos son ilegales... casi las mismas personas que fomentan estas conductas se quejan de que los delitos de estas personas se hacen cada vez más violentos debido a la ingesta de drogas y alcohol. Se ha dejado que entre el mercado -y con ello en el precio de las cosas- lo que no tenía precio ni posibilidad de compra-venta, esto es la educación de un pueblo”.
R&TA quiere, desde estas páginas, invitar a sus lectores a releer las líneas anteriores y a reflexionar un momento. Especialmente sobre la frase final. Educar al pueblo es la tarea primordial, esencial, básica que tiene un Estado.
Todos los recursos que se destinen a la educación serán, siempre, escasos. Todos los esfuerzos, insuficientes. No se trata de un “gasto” sino de una “inversión”. Apuntada, además, a facilitar las otras obligaciones del Estado: la seguridad, la salud, el bienestar, la convivencia, el respeto a las instituciones.
Parece absurdo recordarlo. Pero en tiempos en que lo normal es trasgresor y lo anormal se convirtió en regla, señalar que la educación es la base de la grandeza de los pueblos puede sonar desde anacrónico hasta subversivo.
¿Qué elementos tiene a la mano el Estado para iniciar la única revolución verdaderamente imprescindible en la Argentina, la “revolución educativa”?
Ciertamente pocos. Los docentes están pésimamente pagos. Deambulan entre varios trabajos, y no pueden aprovecharlo para mejorar y profundizar su formación.
Reciben cada día a hijos de desocupados, marginados, empobrecidos, que llegan a las aulas –muchas veces de cartón prensado, con goteras en los techos y sin vidrios en las ventanas- sin comer, sucios, mal dormidos y con la carga emotiva negativa de un hogar donde falta de todo.
El panorama es tétrico. Sin embargo, hay un común denominador entre los niños pobres y los ricos, los de la Capital Federal y el pueblito más remoto del desierto patagónico o la precordillera catamarqueña, los de la escuela privada y la escuela rancho, los que van a la escuela en autos con calefacción y los que caminan horas bajo el rayo del sol: la radio y la televisión.
Aún en los hogares más humildes aparece siempre, prestado, encontrado o arreglado, un aparato de radio. Y más grande, más chico, a colores o en blanco y negro, también suele haber un televisor.
Pues bien: utilicemos esos elementos para darle a la sociedad argentina, desde su primera base, el único elemento realmente indispensable para conseguir, luego, todos los demás.
Es necesario aprovechar esa suerte de “maestro ambulante” que son los medios de comunicación. Esos que están todo el día en casa, trabajan sin cobrar sueldo, no tienen horario, ni vacaciones, no comen, no ocupan demasiado lugar.
La libertad, el bien más precioso que posee una sociedad, lo da la educación. No una constitución o una ley. La libertad está en uno mismo, en el cerebro propio. Sólo hay que desarrollarlo.
En estos momentos se percibe una disposición del broadcasting a caminar en esa dirección. Probablemente aún no lo estén haciendo convencidos del valor estratégico que esa producción tendrá. No es relevante; suficiente con que lo hagan.
Aún cuando se oculten tras recetas efectistas o intereses comerciales, hay iniciativas que ayudan al aprendizaje y la cultura. Porque cultura también es saber cómo se vive en una cárcel, en un neuropsiquiátrico, cómo se siembran los rabanitos, la soja o la peperina, y cuándo es correcto el uso del dequeísmo y los barbarismos lingüísticos.
R&TA insta, desde estas páginas, a canales de cable, señal abierta y radios a incentivar a sus audiencias en una gran cruzada por la educación.
Servirá fidelizar a la audiencia con teleteatros, radioteatros, espacios para leer cuentos, poesías, historias de vida. Habrá que utilizar los espacios para enseñar con métodos nuevos y subliminales, a leer y escribir. Serán necesarias las propuestas que no generen réditos, las iniciativas “caseras”.
Y si la única vía de penetración es una novela lacrimógena, habrá que buscar la forma para que también de ella surta como un vergel el chispazo de la educación.
Es tiempo de revolución. Sin más armas que los libros, más pertrechos que una radio o una TV y más enemigos que la ignorancia y la postergación. Es tiempo de revolución. Sería fantástico que esta guerra se ganara desde los medios masivos de comunicación.

 

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