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Vate que bate, no hay debate

Para un puñado de jueces estadounidenses, la base militar norteamericana de Guantánamo, enclavada como un ícono absurdo de la geopolítica internacional en Cuba, es tierra de nadie. Mediante diversos artilugios legales, consideraron que no tenían por qué entrometerse en lo que ocurre allí. Y lo que ocurre no es poco: cientos de detenidos. Están sospechados de “terrorismo”, un término genérico y tan global que, sin embargo, no lleva aparejado ningún acto concreto de esa naturaleza. No tienen derechos; son menos aún que los animales, porque ninguna entidad benéfica se ocupa seriamente de ellos.
La prensa de Estados Unidos, autotitulada “campeona de la libertad”, apenas se ocupa. Y cuando lo hace, sus comentarios son tan tibios que moverían a risa si no se tratara –como se trata- de la mayor violación a los derechos humanos que se haya cometido jamás en occidente después de la Segunda Guerra Mundial. Ese campo de concentración, en cuyo interior nadie sabe lo que ocurre, ni siquiera es clandestino, como los que proliferaron en la Argentina, por ejemplo, durante la última dictadura.
Pero, eso sí, la prensa estadounidense se escandaliza cuando la cantante Janet Jackson muestra un seno durante una actuación en el mayor circo que parieron los estadounidenses, la final del Super Bowl, el campeonato de fútbol americano.
En Estados Unidos, la prensa también es amanuense con el poder.
En la Argentina la historia no es muy distinta. Durante las últimas semanas, dos episodios reflejaron el magro rol que el periodismo está cumpliendo en la sociedad.
Cuando el país estaba a minutos del default con el Fondo Monetario Internacional, los analistas económicos relativizaban tanto la cuestión –que, por cierto, no es menor- que el tema quedó reducido a una supuesta pelea titánica entre el “indio digno” que desde la Casa Rosada y “ahora sí” iba a hacer respetar al país, con los perversos “fondos buitres” y los organismos internacionales de crédito que fagocitaron el país. Probablemente, ambas afirmaciones sean ciertas. Pero si usted, lector, contrae una deuda y no la paga, nadie le va a dar un crédito nunca más. La doble moral parece invitar a que en el plano interno, el castigo por no pagar está bien, pero hacia afuera lo que está mal es honrar los compromisos.
El tema, claro está, es para debatir. Pero precisamente eso es lo que no hay en los medios de comunicación argentinos: debate.
Los medios, formadores de opinión imponen de qué se habla, cómo se debe hablar, y bajan la información masticada porque, en definitiva, los estúpidos ciudadanos que no entendemos nada de lo que pasa en el país necesitamos de la lucidez de sus pensamientos para ser un poco menos brutos.
Lo que sí somos, porque ellos nos lo dicen -y si lo dicen ellos debe ser así- es “occidentales y cristianos”. ¿Qué es eso de proponer a una jueza para la Corte que es atea, zurda y está personalmente a favor del aborto?.
Los medios argentinos ponderaron esa información por sobre otra que, a estas alturas, pareciera no importarle a nadie.
Carmen Argibay es la única jueza en la historia argentina que integra en esa condición un tribunal penal internacional formado para juzgar crímenes de guerra aberrantes y gravísimas violaciones a los derechos humanos. No hay ningún jurista con mayores pergaminos para ocupar un sillón en el que, bien vale recordarlo, en algún momento estuvo sentado Julio Nazareno.
Los medios formadores de opinión proclaman solapadamente que Argibay no puede ser juez de la Corte porque está a favor del aborto y la Constitución Nacional lo prohíbe expresamente. Lo que no dicen es que Argibay se pronunció “personalmente” a favor del aborto; jamás dijo que votará por la interrupción del embarazo en sus fallos como jueza de la Corte, porque suponer eso es creer que el gobierno eligió a una imbécil para el cargo. Y ciertamente, si se repasan sus antecedentes, -Argibay- de imbécil, no tiene nada.
Sus declaraciones, los medios tampoco lo reflejan y pusieron el dedo en una llaga que duele más que un dolor de muelas. En un país sin educación sexual y con una prédica constante contra los métodos anticonceptivos, cientos de mujeres mueren cada año por abortos ilegales, perpetrados por “cureteras” en antros inmundos. Y si no se someten a esa vejación, sólo les queda como alternativa parir hijos. En hogares donde los ingresos alcanzarían apenas para que una persona coma diez días, un matrimonio con ocho o diez hijos deben vivir toda la vida.
Días atrás, los argentinos nos conmovimos con la historia de una joven que fue madre producto de una violación y en un hecho aberrante mató a su hija. “En su cara vi la cara del violador”, dijo la desgraciada mujer.
El tema, de nuevo, es para debatir. Pero, nuevamente, el debate no existe.
La visión cortoplacista, hueca, pequeña con que los medios de comunicación –aquí y en la mayoría de los países del mundo- tratan la realidad, minimiza los temas importantes y endiosa la estupidez.
Si informan lo que se les antoja y generalmente desinforman, si cuando tienen que formar deforman, ¿cuál es el sentido útil de su existencia?
El tema es para debatir. Pero si los otros debates no existen, los propios medios se encargarán de crucificar, quemar en la hoguera y después empalar a quien lo proponga.

Ruben S. Rodríguez
ruben@rt-a.com

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