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Nada sólido se construye sobre las ruinas

El reciente discurso del presidente Néstor Kirchner en ocasión de la inauguración de las sesiones ordinarias del Congreso, más allá de consideraciones políticas –que las hay y muchas, pero no es este el espacio para desgranarlas- volvió a dejar afuera de la retórica y los pocos anuncios que formuló la cuestión de la radiodifusión.
Enfrascado como está el gobierno en lo coyuntural, si bien grave, olvida lo esencial. La diferencia entre gobernar para el aquí y ahora, y pensar en las generaciones que vienen, es la línea demarcatoria, la frontera entre un político y un estadista.
La alternancia de dictaduras con democracias débiles a veces, y vacías de contenido otras, produjo como consecuencia que la clase dirigente olvidara lo importante y se dedicara –bastante mal, por cierto- sólo a lo urgente.
Poco se le puede achacar en ese sentido al gobierno de Kirchner, puesto que con un escaso poder emanado de los votos supo construir una estructura de poder que le granjea hoy una buena imagen ante la sociedad. Pero una cosa es gobernar para la tribuna y otra, muy distinta, gobernar para los argentinos.
Entonces el discurso de la inauguración de las sesiones ordinarias, pese a las declamaciones en defensa de los más perjudicados por más de medio siglo de disparates gubernamentales, ofrece un costado extremadamente flaco. Peligrosamente flaco. No hablaremos aquí si hay o no un proyecto de país a largo plazo que se haya desprendido de ese discurso. Para ello, está la prensa ideologizada y ridículamente crítica que sufre el supuesto “izquierdismo” de Kirchner y la prensa amanuense, que festeja hasta los estornudos del primer mandatario.
Pero sí haremos hincapié en la ausencia de mención a un tema que hemos reclamado reiterada e insistentemente de estas páginas, desde hace muchos años y sin respuesta positiva alguna. En el espectro audiovisual y radiofónico argentino sigue rigiendo la ley 22.285, dictada por los jerarcas del régimen que sojuzgó al país entre 1976 y 1983, y a la que –digámoslo claramente- ya nadie le presta atención. Ni siquiera los gobiernos de turno.
No tiene mayor sentido recordar cómo proliferaron las radios y ahora los canales usando frecuencias durante estos años, cuánto esfuerzo -y dinero- costó intentar ordenar el aire, ni los –por lo menos- sospechosos concursos mediante los cuales poderosos grupos empresarios o pequeños amigos de funcionarios se quedaron con frecuencias.
Al menos dos ex interventores del Comfer, durante el gobierno menemista están procesados y en camino a un juicio oral por esos desaguisados, concebidos al amparo de una ley anacrónica que permitió que lo que es de todos quedara en manos de unos pocos.
Una nueva ley de Radiodifusión debería apuntar a crear un pluralismo informativo y cultural que la Argentina necesita como herramienta para salir de su postración, que es moral antes que económica, social antes que política.
Todos los gobiernos, aún los autotitulados “campeones de la democracia”, sueñan con una prensa que no los critique, que acompañe con mansedumbre sus errores y festeje como propios sus aciertos.
Pero esa no es la función de los medios de comunicación. Los “mass media”, según la definición del teórico Marshall McLuhan, tienen como misión globalizar la cultura, llevarla hasta los rincones donde no puede llegar por otros medios. Cualquier manual barato de periodismo señala, como verdad de “Perogrullo”, que los medios deben “informar, formar y entretener”. Los gobiernos suelen informar sólo lo que les conviene, formar para que los futuros electores sean arriados como ganado para que los vuelvan a votar, y sobre todo entretener, entendiendo el entretenimiento como “estupidización” de la sociedad.
Es decir, gobiernan para la coyuntura, tienen una visión cortoplacista que persigue sólo intereses cortos, personales, egoístas y, en definitiva, bastardos.
En mayo próximo, el gobierno de Néstor Kirchner cumplirá un año de mandato. Algunas cuestiones trascendentales, sobre todo las que tienen que ver con el pasado y la defensa de los intereses argentinos ante la prepotencia de los organismos multilaterales de crédito, muestran un balance positivo.
Pero muy poco se ha hecho de cara a las generaciones que vienen. Es cierto que no resulta fácil sembrar en tierra arrasada, pero también lo es que alguien tiene que ponerse a arar sobre los escombros, porque nada sólido se construye sobre las ruinas. La soja sola no brota.
La nueva ley de radiodifusión es uno de esos elementos esenciales para la vida futura del país. La Argentina necesita educación, información, difusión, debate de ideas, pensarse a sí misma como una nación y no como una “republiqueta”.
Para ello hacen falta ciudadanos concientes de sus derechos y comprometidos con sus obligaciones. Y los medios masivos de comunicación son una vía fenomenal para ello, siempre y cuando estén pensados para la democracia, la convivencia y la civilidad.
El gobierno debe entenderlo. No lo hicieron sus antecesores y por esa –y otras muchas razones- la imagen que queda es poco menos que vergonzante. Para entrar en los libros de historia es necesario estar a la altura de la historia. Por ahora, seguimos esperando, que algún proyecto le guste.

Ruben S. Rodríguez
ruben@rt-a.com

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