Un
“cacho” de cultura
Un Estado
que piensa en los negocios de sus propios hombres en lugar de apuntar
al bien común, termina por convertirse en la patética imagen
de la Argentina de los ‘90.
Los negocios, como tales (sin hache), no son reprochables. Pero cuando
los hace el Estado, generalmente cambian su concepción y de “negocios”
pasan a “negociados”. La corrupción es mala tanto en
el sector privado como en el público. Pero la diferencia es que
en el sector público termina por dejar a niños sin educación,
familias sin comida, hombres y mujeres sin trabajo, sociedades más
pobres, brutas y subdesarrolladas.
La ecuación es aplicable a todos los rubros de las actividades
económicas, incluso, a las culturales. Y entre estos últimos,
los medios de comunicación desempeñan un rol importante,
porque en ellos está depositada buena parte de la expectativa de
los ciudadanos que los consume.
El escenario, se ha dicho hasta el cansancio, dista mucho de ser el ideal
porque los medios estatales son virtuales cotos de caza de los gobiernos
de turno, y los privados están en manos de empresarios que tienen
una lógica del sector. Lo hemos dicho hasta el cansancio: no son
sociedades filantrópicas.
Semanas atrás, el periodista Luis Majul entrevistó en su
programa dominguero “La Cornisa” al zar de los reality shows,
el inventor de ese subgénero televisivo tan típico de los
’90, su colega Mauro Viale.
La Cornisa obtuvo 7,5 puntos de rating, un guarismo más que respetable
para América, un domingo por la noche. En el diálogo con
Mauro Viale, Majul preguntó: “Mauro, ¿a vos te obsesiona
el rating?”. Viale replicó rápidamente: “No
más que a vos”. Majul reaccionó: “Mauro, a mi
el rating me importa, pero no tanto como a vos”. La contrarréplica
fue aguda y filosa: “Sos un hipócrita y un moralista. Me
molestan los tipos como vos que miran solo la moral del prójimo”.
El diálogo entre el periodista ataviado con ropajes políticamente
correctos y el “outsider” puso blanco sobre negro una realidad
que a estas alturas es indiscutible: sólo con diferencia de matices
y estilos, los dos –representantes de canales de televisión
privados- persiguen al rating como objetivo. Sobre Mauro Viale, el inventor
de las Samanthas y las Natalias, poco queda por decir. De Majul, bastará
con señalar que apenas un bloque antes de esa entrevista con Viale
había dialogado con un travesti sobre la polémica entre
Moria Casán y Florencia de la V.
En los canales privados, la cantidad -de puntos de rating- se impone sobre
la calidad. ¿En los medios estatales pasa lo mismo? Hace apenas
un mes, Canal 7 estuvo a punto de levantar de su programación dos
programas culturales y fue el propio presidente Néstor Kirchner
quien intervino para zanjar la diferencia. En contraposición a
los privados, en el estatal privan otros intereses, el coto de caza del
que hablábamos líneas más arriba.
A Canal 7 no le deben preocupar ni el rating, porque su objetivo no debe
ser acumular telespectadores a cualquier precio, ni tampoco los negocios,
porque es de todos. Debe ser eficiente, ofrecer una programación
de calidad, plural, que contribuya a la cultura democrática y al
enriquecimiento de la sociedad como expresión organizada del país.
Tiene, además, que ser financiado por el Estado. Pero no a través
del aporte tributario de los ciudadanos comunes sino con el aporte de
la radiodifusión, de la explotación del espectro y las licencias
otorgadas a los operadores privados. Sobra dinero para eso y para mantener
todo el servicio de Radio Nacional y el servicio Radiodifusión
Argentina al Exterior (RAE), que hoy está desactivado. Sólo
hace falta una decisión política. Nada más, nada
menos.
Los grandes medios de distracción masiva estarán en contra,
pero tendrá el apoyo incondicional del resto. Falta saber si la
zanahoria será lo suficientemente sabrosa y en poco tiempo más
tendremos Radio y Televisión Argentina para todos los habitantes
de este bendito país. O no, y seguiremos mendigando un poco de
cultura.
Ruben
S. Rodríguez
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