Ahora
o nunca
A
veces, aún en la Argentina, la Justicia hace Justicia. Parece una
tautología, una obviedad; pero en los tiempos que corren bien se
podría decir que una Justicia impartiendo Justicia es casi una
novedad. Un hecho destacable, pese a su normalidad aparente en una sociedad
sana.
Ediciones atrás informamos en estas mismas páginas que la
controvertida Corte Suprema había declarado la inconstitucionalidad
del artículo 45 de la aún vigente Ley de Radiodifusión
sancionada por la última dictadura, la 22.285. El artículo
en cuestión impedía el ingreso a los medios de las instituciones
sin fines de lucro. Es decir que reducía la comunicación,
un derecho humano, un bien de todos, a una mera actividad comercial. Desde
el dictado de la ley por los gobernantes de facto, a finales de los 70,
debieron pasar casi tres décadas para que el máximo tribunal
argentino se percatara de ello.
Tarde, muy tarde. Pero llegó finalmente la caducidad del disparate.
De ese disparate al menos.
Una nueva ley de Radiodifusión en la Argentina es poco menos que
una utopía. Los lectores de R&TA deben estar ya hartos de leer
en estas páginas reclamos de “voluntad” y “decisión
política” para legislar de acuerdo a los tiempos que corren
lo que nos pertenece a todos.
Ni siquiera con un fallo que declara inconstitucional el artículo
45 esa actitud pasiva, abúlica, ciertamente exasperante de los
legisladores, se modificó. Y ahora no se trata de una ley completa
sino de la modificación simple de un artículo, con un contenido
que ya está mandado por la Justicia. Es decir: no hay mucho que
pensar ni debatir. Sólo se trata de hacer lo que hay que hacer,
tal como lo dispone el sistema republicano de gobierno, de pesos y contrapesos,
controles entrecruzados entre los tres poderes del Estado.
La Cámara de Senadores hizo su parte del trabajo, dio media sanción
a la modificación y le pasó el tema a Diputados. Pero en
la Cámara baja, donde el abanico político es más
variado, no hay consenso y la ley está parada. Por insólito
que parezca, y pese a que no hay prácticamente nada que discutir,
la modificación no sale.
¿Cuál es la consecuencia directa de esa ley paralizada?
Que el Estado no puede (no está claro que lo quiera, por otra parte)
llamar a concurso para adjudicar absolutamente nada. Ni radios de AM,
ni de FM, ni canales de cable. Nada.
En la Argentina hay un antecedente aún muy fresco y de consecuencias
que nos alcanzan sobre una situación similar. A poco de asumir
el gobierno tras la lacerante dictadura, el ex presidente Raúl
Alfonsín suspendió el denominado Plan ARA y produjo un colapso
entre la necesidad casi desesperada de la sociedad por una comunicación
democrática y la escasez de medios democráticos puestos
al servicio del nuevo sistema de vida.
Así, aparecieron y se multiplicaron exponencialmente las FM de
baja potencia, que se esparcieron por el éter sin ningún
marco regulatorio. Sólo una década después ese aire
comenzó a ordenarse, y esa tarea aún está inconclusa.
Es decir que no se concluyó una etapa y ya está en ciernes
un problema de similar o mayor magnitud. El hombre –y si es argentino
más- es el único ser vivo que tropieza dos veces con la
misma piedra.
¿Qué podría hacer el Poder Ejecutivo en este escenario?
Apelar a un elemento que mucho les gusta a todos los presidentes (porque
aunque el ícono haya sido Carlos Menem, todos los que lo sucedieron
se aprovecharon de él): los decretos de necesidad y urgencia.
En este caso sí es necesario un decreto de esa naturaleza, porque
hay una mora en el Congreso y un impedimento para solucionar la situación.
Pero según la información recopilada para este editorial,
la presión corporativa frena esa decisión. El cuello de
botella se transforma así en un callejón sin salida. Y los
únicos perjudicados son los oyentes-televidentes, que se quedan
vacíos y huérfanos de su reclamo de pluralidad.
La democracia no es así.
La Justicia, en tanto, sigue adelante y salen amparos para que las emisoras
de radio AM y los canales de TV puedan transmitir, a la sombra de una
ley que debe ser y no es, de unos legisladores que deben legislar y no
lo hacen, de un gobierno que debe asumir decisiones y las evita.
Tal y como están las cosas, falta muy poco para que los canales
de aire empiecen a transmitir ayudados por una acción de amparo
y con el seguro apoyo de gran parte de la sociedad que no quiere monopolios
en los medios.
Más de 20 canales de TV en todo el país esperan por esa
ley. Casi 40 millones de ciudadanos también.
Ruben
S. Rodríguez
|