Dios
le da pan a quien no tiene dientes
La
noticia apareció publicada en los últimos días en
varios medios de comunicación de circulación nacional: La
Iglesia intenta recuperar sus medios de comunicación. Tiene la
concesión, pero la falta de recursos dificulta la gestión
y los tienen que alquilar.
Por resolución 858/90 del COMFER del 5 de diciembre de 1990, firmado
por el entonces interventor Leon Ginsbur y avalado por el ex presidente
Carlos Menem, la Iglesia Católica es considerada una persona jurídica
de carácter público. Esto le permitió acceder directamente
a las licencias de frecuencias de radio y televisión disponibles.
Actualmente, cuenta con unas 120 estaciones de radios de AM y FM -la gran
mayoría-, y cinco canales de TV abiertos - de baja potencia - en
todo el país, que son administrados por los respectivos obispados
del lugar donde funcionan las emisoras.
Desde estas páginas reiteradamente hemos reclamado la pluralidad
de ideas en los medios de comunicación, bajo el paraguas protector
de una nueva ley de Radiodifusión que contemplara equitativamente
los intereses de las comunidades, pequeñas o grandes, que forman
la sociedad argentina.
El reclamo de R&TA, harto conocido por nuestros lectores, apunta esencialmente
a una comunicación democrática, destinada a destacar los
valores de la tolerancia, de la convivencia y a rescatar la cultura como
valor supremo, no sólo para la actualidad sino como piedra basal
de los tiempos futuros.
Nada hay que objetar, entonces, a este intento proclamado por voceros
de la Iglesia Católica sobre los medios de comunicación,
habida cuenta de que la mayoría de los ciudadanos argentinos profesan
esa religión.
Pero, ¿por qué esas emisoras fueron concedidas mediante
un trámite que necesitó, antes que una ley discutida en
el Parlamento (donde, según el sistema republicano de gobierno,
están representados los ciudadanos todos) una resolución,
firmada por un interventor y avalado por un presidente que, si bien en
ese momento estaba en la cima de la adhesión popular, hoy ni siquiera
puede pisar suelo argentino porque inmediatamente quedaría preso?.
No se está cuestionando aquí a la figura del ex presidente
Carlos Menem, ni tampoco las decisiones que adoptó en el uso de
las funciones que le concedía el cargo. No es que esas decisiones
no sean cuestionables, sino que sencillamente son harina de un costal
que R&TA no está explorando en estas líneas. Lo que
se cuestiona es el método, y la falta de balanceo y ecuanimidad
que de esa operatoria se desprende.
Una resolución del anterior gobierno le permitió a la Iglesia
Católica acceder a la titulariza de medios de comunicación.
¿Será necesario que haya nuevos decretos/resoluciones, de
otros presidentes, para que, por ejemplo, la comunidad maronita - muy
minoritaria en la Argentina - tenga su propio medio? ¿Habrá
que esperar un decretazo para que los filatelistas o los colombófilos
también puedan ser dueños de medios de comunicación?
En resumidas cuentas, ¿a quién hay que caerle simpático
para estar en condiciones de que un decreto le abra las puertas a la actividad
radiodifusora, que es un derecho humano, un bien que nos compete a todos
y la mayor herramienta para educación y difusión cultural
que se ha creado hasta el momento?
La situación, salvando las enormes distancias, podría caricaturizarse
con el siguiente ejemplo: encuestas recientes sostienen que Boca Juniors
es el equipo de fútbol que tiene mayor cantidad de simpatizantes
en la Argentina. Entonces un presidente, José Pérez (no
importa quién, en realidad) decide, para congraciarse con esa masa
crítica de potenciales votantes, firmar un decreto que determine
que ese colectivo impreciso en número y alcance, “la hinchada
de Boca”, tenga personería jurídica y demás
atributos legales para hacerse cargo de un medio de comunicación.
Un disparate, propiamente.
Los medios de comunicación, habrá que reiterarlo nuevamente
porque pareciera que pocos lo entienden, son un elemento social extremadamente
importante. Es poco menos que una canallada dejarlos a merced de intereses
coyunturales, politiqueros, intuitivos, espasmódicos, comerciales.
La Iglesia Católica debe tener sus medios propios. Y los credos
judío, musulmán, los ateos, los hinchas de Boca y los de
River, los filatelistas y los colombófilos. Todos, como sociedad,
debemos estar representados en los medios de comunicación. Y esa
democracia en los medios debe reciclarse a sí misma para extenderla
como escuela a cada rincón del país.
La democracia exige leyes sancionadas por los representantes del pueblo
y de las provincias. Porque el pueblo no delibera ni gobierna sino a través
de sus representantes, que hoy están en “default”.
Una ley, y no un hombre; una comunidad, y no un iluminado. Todos, y no
un papá poderoso que no da explicaciones sobre lo que hace. Una
ley.
Si no hubiera ley, si siguiéramos siendo tratados con ese afán
paternalista de quien sabe más que nosotros sólo porque
nosotros le dimos un mandato para hacer algo bien distinto de lo que está
haciendo, una vez más estaríamos retrocediendo. Una vez
más, Dios le daría pan a quien no tiene dientes.
Ruben
S. Rodríguez
|