Objeto
sujeto o sujeto objeto
La objetividad
periodística no existe. De una buena vez y por todas es necesario
desterrar de la faz de la tierra esa muletilla a la que acuden los periodistas
y repiten los ciudadanos comunes para barnizar con un falso tinte de “objetividad”
a la actividad de los medios de comunicación que, por naturaleza,
no puede ser objetiva.
Y está bien que así sea. Porque la comunicación es
una actividad empíricamente humana. El viejo esquema de la
comunicación que nos enseñaban en el colegio secundario
mostraba a un “emisor” (una persona, por lo tanto, sujeto)
enviando un “mensaje” sobre hechos que le ocurren a otras
personas (por lo tanto, sujetos) para que se entere un “receptor”
(otra persona, nuevamente un sujeto). En todo el esquema de la comunicación
hay “sujetos” y no “objetos”; por lo tanto, la
comunicación es necesariamente “subjetiva” y nunca
“objetiva”. Ni siquiera una transferencia de protocolos a
través de un módem de computadora puede ser una comunicación
objetiva, porque siempre habrá una persona digitando la interacción.
La falacia de hablar de “objetividad periodística”
es una trampa en la que el gran público no debe caer. Porque la
información no sólo no es objetiva sino que siempre es tendenciosa;
incluye opinión aún cuando no lo parezca y encierra un metamensaje
que se filtra por las neuronas de manera casi imperceptible a menos que
uno esté prevenido. Los periodistas opinamos todo el tiempo aún
cuando le digamos a la gente que no lo hacemos.
Pongamos un ejemplo: un domingo juegan Boca y River un partido de fútbol.
Boca gana 4-0. Ese es el hecho, único e inmodificable. ¿Cómo
se cuenta ese hecho? Proponemos cinco maneras diferentes de hacerlo,
en cada una de ellas encerrando una opinión:
1 - Boca le ganó a River. 2 - Boca apabulló a River. 3 -
Boca prolongó su paternidad sobre River con otra goleada. 4- River
perdió ante Boca. 5 - River no puede con el karma de Boca.
En los cinco casos (hay infinidades, infinitas formas más) el hecho
es uno solo, inmodificable. Y la simple titulación de la noticia
parece una forma inocente de presentarla, pero esconde opinión
por donde se la mire.
Despojados entonces del complejo de ser periodistas objetivos, lo que
nos queda ahora es ser periodistas intelectualmente honestos. Es decir,
transparentarnos ante el público para el que trabajamos; definir
qué intereses defendemos, qué ideas sostenemos, quién
nos paga el sueldo. Sólo eso necesita saber nuestro público
para estar advertido de lo que va a encontrar cuando consuma nuestro trabajo.
Sólo eso. Y la mayoría de los periodistas en sentido particular,
y los medios en sentido global, lo ocultan.
R&TA defiende los intereses de la radiodifusión democrática
y no monopólica. Vive de sus anunciantes, paga los sueldos de su
personal de sus ingresos genuinos, no recibe subsidios ni subvenciones,
no tiene fundaciones fantasmas por las que canalice dineros espurios.
Eso somos. No nos gustan los medios de comunicación en manos de
unos pocos poderosos (económica y políticamente hablando),
rechazamos la comunicación basura, propugnamos medios para la democracia
destinados a educar, instruir, formar y entretener. Defendemos valores
plurales. Y cuando algún artículo publicado en estas páginas
molestó a algún lector o protagonista, no hizo falta que
el Estado reglamentara ninguna ley de derecho a réplica para que
en estos mismos espacios, quien se sintiera ofendido, pudiera formular
su respuesta.
Defendemos también las instituciones, a las que consideramos los
pilares donde descansa la democracia. Sin ellas, cuestionables y perfectibles, el
poder quedaría en manos de unos pocos. Y nuestros derechos se-rían avasallados
con mucha más facilidad que en la actualidad.
¿Qué son las instituciones? Esa es una buena pregunta
que también suele responderse con falacias. Una institución
es el Congreso, pero también una sociedad de fomento. Mucho
más profundo aún: son los hombres y mujeres que están
dentro del Congreso y de la sociedad de fomento. Los que falsean
el pasado y la historia acostumbran decir que hay que diferenciar
al Congreso como institución de los legisladores, a las Fuerzas
Armadas como institución de sus golpistas y torturadores,
a la Policía como institución de sus ladrones. La respuesta
es: NO. Las instituciones, sin sus integrantes, son cajas vacías.
Ni buenas, ni malas. Recipientes huecos que se convertirán en buenos
o malos según quién los ocupe. Y como al vidrio, si está
fallado, a fundirlo y soplarlo nuevamente.
Con los medios pasa lo mismo. A nadie se le ocurre hoy una sociedad civilizada
sin medios de comunicación. La cuestión es qué tienen
dentro esos medios.
La Argentina es hoy lo que los medios de comunicación tuvieron
como componente durante, por lo menos, el último medio siglo.
La Argentina que será mañana es, entonces, una responsabilidad
de todos. Como instituciones por ahora vacías o, peor aún,
muy mal ocupadas. |